Cerró la puerta y se dirigió a hurtadillas hacia las escaleras, cuidando de hacer el mínimo ruido. Se quedó quieta en el arranque cuando atendió la voz de su madre.
—Fanny, ¿traes mi encargo?
—Sí... Claro.
La joven Díaz giró sobre sus talones y la vio. Helena yacía sentada de espalda en un rincón del sofá, con una revista en mano y una taza de café humeante sobre la mesita del centro.
—Entonces, dámelo.
Dudó en acercase. Aprensiva, bajó la mirada hacia su ropa: llevaba unos pantalones jeans, unas sandalias negras y una camisa manga larga blanca con una pintoresca mancha en la parte de su estómago. Había sido un día muy ajetreado en la repostería. Ana María le había pedido ayuda a causa de un encargo de última hora, y ella había sido incapaz de negarse. Todo había ido bien hasta que casi en la puerta del negocio, un niño chocó contra ella y le dejó marcado su pedazo de torta de chocolate con jarabe de fresa.
—Te sigo esperando, Fanny.
La joven Díaz tuvo la idea de subir y cambiarse, pero la mano estirada de su madre demandando el paquete, eliminó la oportunidad. Se lo entregó. Contrario a sus temores, Helena se enfocó en la cajita negra que contenía un delicado reloj de oro. Había corrido para poder llegar a tiempo a la tienda. Unos segundos más, y hubiera tenido serios problemas con su progenitora.
—El día de ayer se quedó en que Liam y tú saldrían a dar una vuelta por el puerto. ¿Lo olvidaste?
El silencio contestó por ella.
—Ni siquiera lo llamaste, ¿verdad?
—Pensé que él debía hacerlo primero —dijo, buscando una salida convincente.
Falló.
—¡Por Dios, nunca tendré un día tranquilo contigo! Olvídate de quién debe hacerlo primero, son puras tonterías. El punto es que salgan, que se conozcan.
Hasta ese momento Cruz Helena se dignó a voltear hacia ella. Fanny se entiesó de pies a cabeza cuando unas venas gruesas se remarcaron en la frente de su madre.
—Toma asiento, Fanny —le señaló con la mano el sillón. La joven Díaz obedeció—. Entiendo que Liam pueda parecerte un tanto frío y algo gruñón, pero...
—Es un patán.
—¡Fanny, por favor! —le reprendió con los ojos bien abiertos—. Eso no representa mayor problema, no debe serlo. Los hombres así, se caracterizan por tener una personalidad tímida, lo que les dificulta relacionarse con los demás. Se muestran distantes, pero en el fondo ruegan por cariño y compañía.
Fanny reprimió una mueca. Liam, ¿rogando por cariño y compañía?
—Usted fue testigo de cómo se comportó anoche. Me humilló por no saber de sus tonterías de economía.
Cruz Helena absorbió un trago de su taza blanca. Una vez satisfecha, la depositó en su sitio y continuó con forzada serenidad.
—Cálmate —la sosegó con las manos—. No tienes que repetirlo, estuve ahí. Y por esa misma razón debo de culparte a ti...
—¿A mí?
—Déjame terminar, Fanny. Un hombre no quiere una mujer berrinchuda que ande exclamando su ignorancia. Si él te hace ver algún defecto, baja la cabeza y trágate el orgullo.
—¿Está sugiriendo que sonría cuando me diga estúpida?
—¡No seas melodramática! Haces que suene terrible. Lo único que quiero es que complazcas a Liam. Piensa, hay un acuerdo prenupcial que te protege, pero puedes sacar mucho más manteniéndote como la señora Hoffman.
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Amor Forzado (Completa)
RomanceFanny Díaz ama en secreto a su mejor amigo. El día que decide despojarse de sus inseguridades se confiesa, pero el desenlace no es el esperado. Dolida, accede a una unión por conveniencia con Liam Hoffman, un pedante y orgulloso empresario que perso...