Levantarme esta mañana ha sido un reto. Me muero de sueño y no sé por qué estoy tan cansada. He dormido las siete horas reglamentarias que se exigen para el buen descanso, pero mi cuerpo pide a gritos que me tumbe a dormir. ¿De verdad será ansiedad u otra cosa? ¡No! ¡Basta! No debo dejar arraigar esos miedos. Tiene que ser falta de descanso. Sigo soñando mucho y aunque me gusta soñar, los días que no descanso me repercuten en mis actividades y rutina diaria.
Estoy evitando pensar en cómo me irá el día, ni centrarme demasiado en según qué parte de él que me agobie demasiado para no generarme más ansiedad. Desde que hago esto, logro sobrellevar mejor la totalidad de la jornada, aunque tengo mis picos de nervios.
Las sensaciones físicas son otro cantar. Aunque desde que consigo no sobrepensar siento que mi ansiedad ha ido a menos, mis problemas estomacales siguen presentes. Es cierto que no con la intensidad de antes, pero sigo a diario con sus síntomas. A raíz de esto he decidido no analizar tanto lo que como por si me sienta mal, porque creo que llega un punto que cualquier cosa me cae pesada.
Sé que todo esto viene a que he estado «sobreviviendo» como dijo mi psicóloga y ahora mi cuerpo necesita destensarse debido a la tensión que acumuló en el pasado. No obstante, me siento terriblemente mal cuando un nuevo síntoma aparece y no sé qué pueda ser. No resulta fácil ser valiente e ignorar lo que tu instinto atrofiado te grita. Cada mañana que lo ignoro, cada hora que continúo a pesar de él, es un logro que siento muy pequeño, pero que se va haciendo grande a medida que pasa el tiempo.
Si miro atrás, ha pasado tiempo desde que he estado muy mal. Sin embargo, los coletazos de aquella época aún me escuecen y me recuerdan, primero: a dónde no quiero volver. Segundo: el lugar al que puedo regresar si sigo ignorando mis emociones.
Es curioso. Resulta sencillo pensar que alguien pueda sentir rabia, miedo, tristeza, alegría... Yo las he anulado todas, al menos parte de ellas, como si experimentarlas en su totalidad fuese peligroso. ¿Cómo he llegado a este punto? ¿Cómo me da miedo ser quien soy? ¿Por qué me estoy haciendo esto y en qué punto lo he visto como algo sobre lo que andar de puntillas?
¡Estoy aprendiendo tanto! Algo que debería saber desde mi tierna infancia, pero que decidí desaprender. ¡Vete a saber por qué!
El camino es lento y hasta mortificante en ocasiones. Estos altibajos emocionales me hacen cuestionar si he escogido bien. Si lo estoy haciendo bien. Es fácil sentirse optimista cuando mi estado es óptimo. No tanto cuando las señales de advertencia internas me piden que respete el "stop". He de ser algo camicace y cuesta. Mejorar no es lo que imaginé. No es algo equilibrado y constante. He descubierto que se puede retroceder, aunque es un retroceso distinto al de antes. Soy consciente de muchas cosas que no veía con anterioridad. Es como si mi cerebro decidiese desbloquearse y hacerme partícipe de otros puntos de vista, de acciones que he realizado mal hasta ahora y que tienen variantes.
Voy por el buen camino, creo. ¡Dios! ¡Me contradigo tanto!
Este cansancio es el que me inestabiliza ahora. Estoy tan tan agotada. Voy casi arrastrando los pies y se me quieren cerrar los ojos. Los brazos simulan temblarme y a veces me mareo. Esto último es de dormir en posturas un tanto forzadas, es como si no tuviese cama suficiente y eso que es de matrimonio. Pero la combinación de todo esto me hace sentir insegura. Sí. Es eso. ¡Me siento insegura! Necesito un chute de energía.
Escribir me ayuda, me abstraigo, me rescata. Espero que siga funcionando.
Sí, ya lo sé. He empezado por la segunda página del diario, pero hay un motivo para ello.
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Los colores que olvidé
ChickLitVenec es una joven de dieciocho años que busca abrirse camino como artista. Su sueño se ve truncado por sus problemas de ansiedad, que lleva arrastrando desde hace un par de años. En uno de sus ataques de pánico conoce a Senén, un psiquiatra muy apu...