No sufras tú, que ahora me toca a mí

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Paralizada. Así me quedo mientras Mayra llora sobre mi camiseta. La puerta de fuera sigue abierta, y la lluvia ha empezado a caer con fuerza. La sostengo como buenamente puedo, porque la pobre está temblando de una manera muy exagerada. Su fragilidad es tan palpable que observo a Cian en busca de ayuda. Él parece estar tan perdido como yo.

—Mayra, ¿qué...?

—Me puedo quedar aquí contigo. ¡Por favor! —me implora desesperada—. ¡Te pagaré un alquiler!

Me impresiona su solicitud y la atajo de inmediato.

—No necesitas darme nada, Mayra. Puedes quedarte el tiempo que necesites. —La miramos de hito en hito—. ¿Puedes decirme qué ha pasado?

Niega con la cabeza y estalla en un nuevo torrente de drama. Farfulla algo, pero entre tanto gimoteo no consigo descifrar nada.

—Está bien, está bien. Pasa y siéntate —la invito señalando hacia donde se encuentra Cian. Mayra se detiene de pronto al ser consciente de otra presencia—. Él es Cian. Cian, ella es Mayra.

Mi amigo le sonríe, y ella le devuelve la mueca sin ganas. Aprovecho para cerrar la puerta y que no siga entrando agua de paso.

—No sabía que tenías compañía...

—Cian también se va a quedar. ¡Bienvenidos al Hotel Venec! Estadía: hasta que gustéis —bromeo sin gracia—. Encended la tele y ved algo mientras preparo la cena.

Estoy sacando ollas del mueble cuando diviso a Mayra por el rabillo del ojo.

—Puedo ir a un hotel...

Levanto una mano.

—¡Pa pa pa pa! ¡Nada de eso! ¡Te quedas y punto! Tengo habitaciones para ambos. —Sin muebles, pienso—. Ve con Cian, es un gran tipo, seguro que consigue sacarte una sonrisa.

Apelo interiormente por que así sea mientras ella acata mi petición. Aprovechando que estoy de cuclillas, saco el móvil del bolsillo y envío un mensaje.

Mayra está en mi casa.

Echo agua en una cacerola que es del tamaño adecuado para los que somos. Un pitido me indica que me ha llegado un mensaje.

¿Qué hace ahí a estas horas? No puede salir del centro de menores después de las nueve y media sin un permiso especial.

Me llevo una mano a la frente y pongo el agua a calentar.

Ha venido muy alterada y me ha pedido quedarse.

Pensé que deberías saberlo.

Bien.

Voy a ver qué averiguo.

Preparo los ingredientes desapasionadamente y soy testigo de cómo mi amigo ha conseguido que la que va a ser la informática de mi empresa, se tranquilice. Él capta mi mirada y me guiña un ojo; le sonrío de vuelta elevando el pulgar.

Consigo tenerlo todo listo para las once, preguntándome qué ha pasado con el día de hoy. Recuerdo haberme despertado sin ganas de levantarme para afrontar otro día lleno de ansiedad, y de golpe y porrazo, mis problemas han pasado a un segundo plano. La gente de mi alrededor también sufre, tiene un pasado y lo lleva a cuestas como me sucede a mí. Todos lidian con algo. Lo enfrentan. Siguen a pesar de los inconvenientes. Yo me centro tanto en lo que me acaece que el mundo deja de existir para que solo seamos yo y mi problema. No. No es la clase de persona que quiera ser en el futuro, ni en el presente.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora