Saltando en el sofá como un niño de tres años, así estoy desde que concluyó la conversación con Ariz. ¡Una galería de arte! A alguien del mundillo le gusta lo que hago y no a alguien cualquiera. Se trata ni más ni menos que de la jodida Ariz Mackintosh, la artista y galerista mundialmente conocida por sus obras revolucionarias e innovadoras con materiales sostenibles. Es capaz de crear arte con cualquier cosa que tenga a mano, y un referente entre todos aquellos que queremos ser alguien. ¡Y ESTÁ EN MI CIUDAD! ¡Estoy tan contenta que no quepo en mí! Corro por la casa, brincando y chillando de emoción. Me abalanzo a por el móvil y marco su número sin razonarlo siquiera.
Espero que me conteste pronto, porque no puedo con el ansia que me corroe.
Cuarto tono, quinto... ¡Vamos, contesta!
—¿Nec? —responde una voz amortiguada al otro lado.
—¡Calha! —chillo.
—¡No tan fuerte, me estalla la cabeza!
Me detengo por una milésima de segundo a pensar en lo que ha querido decir. Ayer no bebimos, al menos no más que lo de la cena. Bueno, yo no lo hice, porque me fui directa a casa, pero ella... Se suponía que dormiría conmigo, o eso le dijimos a Senén.
—¿Te fuiste de fiesta después de que nos despidiéramos? —cuestiono.
—Si se puede considerar ir de fiesta a emborracharse... Mi hermano no está muy contento conmigo. Me ha dicho algo de haber vomitado en el paragüero de la entrada —sisea como si le doliese.
No sé qué me molesta más, si que se emborrachara o que siguiera por su cuenta con nuestra salida. No tengo derecho a enfadarme, es absurdo, pero no me gusta pensar que se ha ido sin mí a hacer lo que sea que haya hecho. Decido no profundizar en esos pensamientos. No sé muy bien qué responderle, sin que se me note el fastidio.
—¿Quién diablos tiene un paragüero a día de hoy en casa? —digo sin pensar.
Calha se ríe.
—Él ya no —comenta alegre—. Creo que no le ha quedado más remedio que tirarlo.
—¡Ibas fina! —la acuso.
—Estaba jodida —argumenta.
¿Quién soy yo para juzgarla? Ni siquiera me he comportado como una amiga. He hecho lo mismo que Cian conmigo. ¡Toma ironía!
—¿Por qué ha tenido que tirarlo? —cambio de tema.
—No sé qué rumió sobre la vida marina que aún se podía reconstruir y la sangre de Cristo derramada por todas partes.
—¡Qué!
Me echo a reír a pesar de lo asqueroso que suena lo que me está contando. Calha me acompaña, gimiendo afligida.
—Te he echado de menos —manifiesta.
—¡Lo siento!
Busco razones que ella pueda entender a mi comportamiento, pero no se las puedo dar cuando ni yo las tengo. El silencio se prolonga por la línea.
—¿Nos podemos ver? —dudo. Soy consciente de las ganas que tengo de verla, tantas que me sobrecogen.
—¿No quieres tus siete días?
—¡No, no los quiero! —Y es verdad. Estar con ella se siente natural, puedo ser yo misma. ¡Es una loca de cuidado, pero es que me gusta su locura!—. Tengo algo que compartir y tú eres la primera y la única en la que he pensado.
—¿En serio? —Me parece que la escucho sonreír.
—Te lo juro.
—Nec... Intentaré ponértelo fácil, sé que estás confusa.
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Los colores que olvidé
Literatura KobiecaVenec es una joven de dieciocho años que busca abrirse camino como artista. Su sueño se ve truncado por sus problemas de ansiedad, que lleva arrastrando desde hace un par de años. En uno de sus ataques de pánico conoce a Senén, un psiquiatra muy apu...