Deseo inconfesable

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¿Alguien recuerda que dije que no parecía buena idea poner mi número en los carteles? ¿Sí? ¡Pues en efecto fue muy mala idea! Llevo cerca de cinco días recibiendo llamadas de tíos babosos diciéndome de todo. También hay alguna tipa que se divierte llamándome tonta y recomendándome que me dedique a la prostitución porque pinto de pena. ¿Sororidad? En algunas radica la podredumbre humana tanto como en los hombres.

¿De Cian? No tengo ni la más mínima noticia. He llegado tarde por lo que se ve. Estoy segura de que entre Calha y yo hemos empapelado la maldita ciudad al completo, y aunque no todos los carteles han sobrevivido (algunos han sido arrancados por gente poco cívica y otros por la lluvia torrencial que se ha instalado estos días), una gran parte persisten en sus posiciones desafiando a los contratiempos. ¡O se ha vuelto a ir de la ciudad o ya no le importo lo más mínimo! Tengo claro que no voy a suplicar. Me duele, pero ¡ya está!

Otra llamada entrante. Suspiro con hastío. Solo falta que no conteste para que sea él. Descuelgo.

—¿Venec, eres tú, a qué sí? —Es una voz de mujer.

Me quedo algo pillada porque no se me ocurre de quién se puede tratar.

—Claro que eres tú, ¿quién si no? ¿Estás loca o qué? ¿Cómo se te ocurre poner esos panfletos de mi hijo por ahí? ¡Eres tan desequilibrada como aparentas! Siempre fuiste una niña muy rarita y antisocial que...

Hasta aquí llegué con esta mujer.

—Esta desequilibrada sabe que los panfletos se refieren a un texto breve de carácter agresivo y político, ¡señora! —Por no llamarle de otra manera más acorde—. También sabe que su pasatiempo favorito es despotricar sobre las vidas de sus vecinos, los cuales se ocupan de vivirlas y no prestarle atención a usted, porque es tan aburrida que resulta una pérdida de tiempo. También sabe que está cobrando una minusvalía que no padece para no tener que trabajar. ¿Qué sucedería si alguien se enterase de esto?

La línea comunicando al otro lado me responde. Río como la malvada de una película. ¡Qué bien sienta! Nunca la he tragado, siempre mirándome como si fuese una cucaracha que soportar. Sé que le suplicó a Cian varias veces que buscase otras compañías y cambiase de amiga. La incapacidad que dice tener es una estafa para cobrar del seguro por un accidente de tráfico que tuvo. No sé a quien habrá sobornado para que los informes médicos digan lo que no es, pero no tiene más problema que la de ser una arpía. Para su desgracia, Cian me lo contó todo.

Arrojo el móvil al otro extremo del sofá y me estiro cuan larga soy en él.

¿Qué diablos le pasa al mundo? ¿Es que yo atraigo a toda la porquería que habita en él o qué?

El timbre de casa suena sacándome de mis cavilaciones contra la peste del planeta. No me sorprendo al ver a Calha al otro lado cuando abro la puerta. Llevamos toda la semana quedando. He de decir que ha encajado en mi vida de forma muy natural. Hay veces que olvido que apenas sé de ella. En cuanto me ve la cara, ya sabe lo que pasa.

—¿Otra llamadita de esas?

—Esta vez de la madre de Cian —explico.

Alza las cejas alucinada.

—Diría que no ha sido una charla muy agradable.

—De esa mujer no hay agradable ni el aire que respira.

—¡Ay, Nec! ¿Así es como te llevas con tu futura suegra?

Un escalofrío me invade. Sin duda es una parte importante en la que pensar si se dan las cosas en esa dirección.

—¿No hay noticias de él?

Niego con la cabeza.

Calha se adentra en el recibidor con resignación.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora