Diario: quinta página

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¡Cólicos! ¡Tengo cólicos! ¡Nunca me había dolido tanto la barriga, señor mío! Adiós a la avena, lácteos, chocolate (sniff), ni cosas demasiado grasas...

Últimamente cada vez que me pongo mala pienso lo peor. He tenido de pequeña tropecientos dolores de barriga, pero ahora con dieciocho me preocupo de mi salud como si fuera un octogenario a las puertas de la muerte. ¿Qué diablos me pasa?

El cansancio ha remitido, pero no estoy ni como mucho contenta por ello. Creo que estoy otra vez en estado de supervivencia, como diría mi psicóloga. Duermo mucho peor. Estoy dando vueltas en la cama como horas, y antes de la madrugada no duermo. Ayer me pegué una siesta de cuatro horas debido al dolor y a un paracetamol que me ayudó. Ahora con un plátano, una manzana y una manzanilla de anís llevo el estómago hasta los topes de gas. ¡Maldito segundo cerebro! No tengo ni uno bien.

He ido a urgencias, donde me iluminaron sobre lo que me pasaba. Llegué a creer que tenía apendicitis. ¡Hace tiempo haber ido al hospital hubiese sido impensable! Supongo que aquí he de darle la razón a Lea sobre mis mejoras.

Y sí, supongo que debería dejar constancia de él aquí. Mi ex mejor amigo: Cian.

Lo rehúyo como una pirada en plena calle. Cada vez que lo veo salgo corriendo como la adulta responsable y equilibrada que soy. Ja ja.

A ver no puedo enfrentar mi rutina en la Escuela de Bellas Artes, atender a mi ansiedad y a mi posible cuelgue por él. Solo verbalizarlo, aunque sea escribiéndolo, me resulta una locura.

Y ya que estoy siendo sincera, mi mente ha decidido evocar nuestra noche juntos cada vez que me distraigo. Lo peor no sería eso, que también lo es, sino haberme dado cuenta de que me asoma una sonrisa tonta a los labios. O sea, pero ¿qué me pasa?

Después de lo que hizo... ¡Lo aborrezco! ¿Cómo me dejó tirada así? ¡Él! Cian.

Le he entregado demasiadas primeras veces.

No quiero entregarle más inicios a nadie, solo a mí. Ahora lo que necesito es distancia con él y aprender a estar sola. Su espantada me ha abierto los ojos. Cuando he caído nadie me recogió y he tenido que depender de mí misma.

No. No lo he hecho bien ni de lejos, pero me levanto sola. Escuecen demasiado las heridas como para no ser consciente de que están ahí, y me limitan. Eso es.

Cada día que hago mis cosas, lo que debo hacer y quiero, a pesar del miedo que me invade y me grita que no voy a poder, es un paso enorme, porque creo una rutina segura (ya que nada catastrófico me llega a pasar) y entreno al miedo a ser sincero.

El otro día me mareé al final de la última clase. Estaba exponiendo un trabajo delante de todos, y aunque seguí hablando como si nada, mi visión estaba alterada como si hubiese dado muchas vueltas (solo fueron unos segundos, muy molestos). No sentí que las piernas se me aflojaran, ni que se me fuera la cabeza y hasta seguí el resto del tiempo que duró la clase como si nada. Supe manejar la situación sin sucumbir al pánico. Tampoco le dediqué más pensamientos de los necesarios. Lea opina que pueda tener bajones de tensión debido a lo fluctuante que es estar así con ansiedad. Y también entraba el factor de no haber descansado bien aquella noche por los nervios de la presentación de ese trabajo.

¡Necesito unas vacaciones de mi vida y de mí misma!

Más allá de esos síntomas físicos, solo he experimentado algún que otro pinchazo en el pecho doloroso, que dura lo que un segundo, aunque suelen darme cuando he estado estresada y después me puedo relajar. Sigo mareada cuando no descanso bien y las piernas simulan temblar, como si tuviesen demasiada carga que soportar. El tic del ojo no se va. Los botes persisten, pero le pasa como a los pinchazos, solo es cuando estoy demasiado estresada. Aunque hay un cambio sutil en todo ello, ya no les dedico más atención de lo necesario. Me hice pruebas y todo es correcto; hasta me hicieron un electrocardiograma cuando bajé a urgencias (al parecer los dolores de barriga pueden estar ligados con un infarto) y no hubo nada que les llamara la atención.

Admito que flipo con todo lo que voy conociendo sobre la ansiedad y la mente. ¿Quién imaginaría que no prestar atención a lo que sientes, o prestarle atención en exceso, te podría provocar síntomas físicos? ¡Somos tan complejos que asusta!

He tomado la determinación de mejorar mi dieta. O sea, comer más saludable. Bueno a excepción del chocolate; ¡necesito algún vicio!

Lea mencionó la meditación en nuestra última cita y me explicó por encima cómo realizarla. No obstante, mi interés por practicarla es inexistente.

En resumen: creo que estoy mejor.

La verdad: me miento para ser funcional.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora