Sábado. Un sábado que me pienso dedicar en exclusiva. Mi intención es estar todo el santo día tirada en el sofá viendo películas. El tiempo acompaña con el clima lluvioso propio del otoño. Calha está con Jacob, como ya se ha vuelto costumbre en esta última semana. De hecho, pasa más tiempo allí que en casa del psiquiatra. En cualquier momento me dice que se ha mudado con él. Creo que atrás quedaron sus dudas respecto a lo que está haciendo y respecto a su chico. No lo han hecho oficial, pero tampoco se esconden. Jake ya ha venido un par de días a buscarla a la salida del trabajo. Por si acaso, ni yo ni Cian les quitamos ojo de encima a ninguno. De este no sé más que lo que Cally me cuenta, que no es mucho.
Y si del psiquiatra se trata, ando casi igual o peor. No sé absolutamente nada de él. Al parecer su orgullo rivaliza con el mío. Pero no, no pienso retractarme ni dar marcha atrás en mis palabras. Lo que sí que echo en falta, y sospecho que en esto tiene más que ver su hermana, es el sexo. No es que me haya vuelto adicta ni mucho menos, pero es como si precisase de una sesión extra de mimos. En cuanto pienso en ello, quien viene a mi cabeza es Senén. Sí, vale, lo añoro. Y, ¡joder!, me gustaría saber qué sería tener una relación sentimental con él. Me hice a la idea de que con él sí, de que quiero ver qué pasa. Me centro tanto en lo negativo y en todas las posibilidades de lo que puede salir mal, que ni contemplo que haya una oportunidad digna de explorar. Doy gracias de que Caleb se está convirtiendo en un amigo, aparte de colega de trabajo. Aunque me llevo bien con todos mis empleados, la afinidad con el artista es innegable. Ahora que mi casa está vacía (bueno, Pinchitos y Estrella siguen aguantando mis dramas) y que Calha ha emigrado al país de el amor, las salidas del trabajo acaban en Cántale, con una ronda de cañas y unos aros de cebolla rebozados. Caleb y yo lo hemos convertido en una rutina para captar talentos, que en verdad son confidencias sobre nuestras mierdas personales. Lo bueno es que me desahogo, y él también, y esos quebraderos de cabeza parecen menos mientras tienes a alguien al lado que te entiende y te respalda.
Ahora, espachurrada en sofá con un bol de palomitas, veo la segunda peli de la tarde medio amodorrada. El timbre suena, y a mí me dan ganas de echarme a llorar. ¿Por qué me odias, Dios?Pauso la programación y me dirijo sin ganas a la entrada. Senén habrá recapitulado. Le ha llevado lo suyo, pero no me pondré pelma. Abro la puerta y... ¡Esto no me había pasado antes! No tengo ni puñetera idea de quién es el tío que tengo enfrente. O sea, ¿se ha equivocado? ¿Querrá venderme algo? Lo barrunto un instante. ¿Será por fin un asesino en serie? ¡Venga ya, Venec! ¿Qué asesino llama? ¿Y por qué sigo con esa idea metida en la cabeza?
—¿Hola? —Me sale decir.
El hombre que tengo delante no debe ser mayor de treinta. Su pelo negro está cortado y peinado a la moda, y su barba está recortada a la perfección. Su atuendo sigue la tesitura del conjunto; gabardina gris perla, jersey de pico, camisa por debajo y pantalones de pinza con unos zapatos negros, lustrosos.
—Disculpa mis modales. —Tiene un fuerte acento extranjero—. Estoy buscando a la señorita Venec Morengo Shíax.
Frunzo el ceño.
—S-soy yo. —Me replanteo la buena idea que es decirle eso a un desconocido.
Su rostro muestra una sonrisa afable, pero eso no impide que sea un mafioso.
—¡Oh, encantado! —Me tiende la mano—. Me llamo Nerón Dotux.
¿De qué me suena ese nombre? Le devuelvo el saludo con torpeza.
—Me temo que ando un poco perdida.
Asiente como esperándose mi reacción, sin dejar de sonreír.
—Creo que tú conoces a mi prometida, Verónica.
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Los colores que olvidé
ChickLitVenec es una joven de dieciocho años que busca abrirse camino como artista. Su sueño se ve truncado por sus problemas de ansiedad, que lleva arrastrando desde hace un par de años. En uno de sus ataques de pánico conoce a Senén, un psiquiatra muy apu...