Senén y yo nos separamos de inmediato. La escena es surrealista. El psiquiatra tiene una máscara horrorizada en el rostro; yo no sé qué cara tengo ahora, pero por cómo se me ha borrado la sonrisa diría que es mínimo de incomodidad.
Un par de lágrimas brotan de los ojos de Calha. Ya es la tercera vez que la veo llorar, la segunda por algo que yo hago. Sonríe borrándose la tristeza de la cara con la yema de los dedos.
—Vosotros... Vosotros dos... ¿Estáis saliendo y no me dijisteis nada? —solloza.
Nos miramos de soslayo, porque la realidad siempre es más complicada, al menos la mía. En ningún instante hemos fijado las pautas de nuestra relación, que hasta ahora era de amistad. ¿Lo sigue siendo? Todavía hay una cita pendiente que no ha encontrado su hueco. Pero lo que acaba de pasar aquí no es posible de ignorar, ¿verdad? Yo creo tener claro por fin lo que siento y, aunque parece que no hallo el momento adecuado, merece la pena el riesgo. ¿O no?
—No es lo que piensas, Calha —se apresura a decir el psiquiatra.
¿No lo es?, pienso desconcertada, mirándolo.
A Cally le tiembla el labio inferior y se lo muerde con fuerza para contener el llanto.
—Ha sido el calor del momento.
La desolación me invade.
—Tú nunca actúas por impulsos, Ny —lo acusa ella.
—Esta vez sí. Solo ha sido un lapsus, nada más.
—¿Qué? —susurro demasiado bajo para que alguien me oiga.
La humillación derrumba mis ganas de crear oportunidades, generar ocasiones, o simplemente volver a querer exponerme a alguien más. El ardor de mi pecho es muy distinto al de antes, este me consume en la desgracia más ruin. La garganta se me constriñe, hasta ser difícil articular cualquier palabra de defensa o ataque. Nada. Mi voz ha desaparecido igual que si no la tuviera nunca. Concuerda hasta con como me siento ahora. Mis sentimientos han sido pulverizados con una sola palabra: error. Tanto tiempo buscando expresarme, encontrar y entender lo que experimento, se ha traducido en una equivocación de proporciones épicas por mi parte. He descuidado mi protección y han arremetido con la desconsideración necesaria para que ya no crea en nadie.
Veo la desesperación de Senén suplicando a su hermana que lo crea. La necesidad de ella de aferrarse a la mentira. Y entiendo que me importa muy poco lo que ellos puedan estar padeciendo, porque yo sigo aquí, entera y escombrada por dentro, apartada como siempre a los hechos que también me atañen.
Me estabilizo con una mano en el borde de la mesa y otra sobre el centro de mi pecho. La presión en él es punzante y la risa que emana de mí inarmónica. Mi gesto los hace reparar en que yo también existo y no soy parte del paisaje. Senén pretende acercarse a mí, espantado.
—Bella Venec... —dice con gravedad.
Elevo la mano que no me sostiene y la agito para que detenga sus pasos.
—Ni se te ocurra —balbuceo.
Necesito salir de aquí como sea. No soporto esta burla del destino.
Paso por al lado de Calha creyendo que en cualquier momento caeré redonda al suelo, porque esto no me puede estar pasando a mí. Pretende sostenerme cuando trastabillo con una de las sillas, pero me aparto de malas maneras.
—Idos de mi casa, los dos.
Apenas reparo en todos los trabajadores que salen y entran de las habitaciones, voy derecha a la mía y me encierro en ella. Acabo en el suelo de rodillas, llorando y aferrándome al pecho. ¿Cuántas veces te pueden partir el corazón?
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Los colores que olvidé
Chick-LitVenec es una joven de dieciocho años que busca abrirse camino como artista. Su sueño se ve truncado por sus problemas de ansiedad, que lleva arrastrando desde hace un par de años. En uno de sus ataques de pánico conoce a Senén, un psiquiatra muy apu...