La campanilla del establecimiento suena y antes de salir, le doy la gracias al camarero, acompañada de una sonrisa deslumbrante. Llevo un capuccino en la mano, con caramelo, y paseo por el lugar disfrutando del sol que empieza a calentar. Me detengo y subo mi rostro para que los rayos me den directamente. ¡Qué bien se siente!
Continúo bajando esta cuesta y veo aparecer a Senén en la curva. Dibujo una sonrisa y me emociono cuando me la devuelve. Corro hacia él contenta.
—¡Hola, Senén! ¿Qué tal?
—¡Ahora que te he visto, mucho mejor, bella Venec!
Me acaricia la mejilla y nos miramos a los ojos. Sonríe mostrando sus dientes antes de besarme.
El café cae al suelo y me abrazo a él, devolviéndole el beso con ganas. ¡Soy tan feliz!
Me molesta cuando lo interrumpe para observarme.
—¡Sigue besándome! —le pido.
Me puede la emoción al sentir otra vez su labios, pero me quedo con las ganas, porque me levanto sobresaltada en la cama.
¡Oh, no! ¡Oh, no! ¡Oh, no, no, no, no, no! ¿Qué hago soñando con el psiquiatra? ¿Y por qué me gustaba tanto? La sensación de sus besos aún me afecta. ¡El corazón me va a mil!
Respira, respira, respira, me digo.
Me tumbo otra vez y me tapo hasta las cejas, todavía alterada. La modorra me va venciendo de nuevo, y yo deseo que el sueño continúe.
***
¡Pues nada! Estoy de paseo por este camino aledaño a mi casa que es largo y me lleva a las afueras de la ciudad, ¡si quisiera ir tan lejos, claro! Me he propuesto hacer este trayecto durante por lo menos un mes para convertirlo en mi espacio seguro. Como una extensión de mi casa. He leído en alguna parte que para que una cosa se convierta en una rutina que ya aceptamos con naturalidad, la hay que hacer durante veintitantos días seguidos. O algo así era.
Procuro fijarme en las cosas que tengo cerca para no dejar a mi mente inventarse amenazas que me hagan dar marcha atrás. Creo que esto es meditación, aunque cuando pensaba en ello era más como rollo Buda y haciendo «ommm».
Después de este paso que estoy a punto de dar, iré más lejos de lo que estoy acostumbrada. ¡A ver, no me voy a ir al quinto pino!, al menos hoy no.
¿A las plantas se las saca de paseo? Seguro que a Pinchitos le vendría bien salir y respirar otros aires, y a Estrella también. Sin embargo, quedaría raro caminar con dos plantas por ahí todos los días.
Hace una niebla típica de una película de terror o un cuento de hadas. Lo dejo a la elección del consumidor. El frío que la acompaña es revitalizante y entumece el miedo. De momento. El caso es que estoy disfrutando del paseo con un ánimo que hace mucho no sentía. Y en este optimismo impropio en mí sigo adelante, hasta sonrío. No obstante, cuando miro un poco más allá de mi morros, veo a Senén y mi adrenalina entra en acción. El sueño que tuve esta noche viene a ráfagas y noto cómo adquiero un tono rojo intenso.
No lleva ropa de deporte, de hecho va caminando y muy bien acompañado ahora que me fijo. La chica que lo acompaña es más baja que él, le llega por los hombros. Va colgada de su brazo y habla riendo. ¡Es mona, no se le puede negar! Él no aparenta estar incómodo por su cercanía. Yo sí que siento cierta molestia a medida que nos vamos aproximando y no me queda muy claro por qué.
El psiquiatra desvía la atención de su amiguita y repara en mí. Aunque casi prefiero que no lo haga, porque voy con unos vaqueros que no se adaptan como tiempo atrás, ya que perdí peso, y un abrigo bastante holgado, que simula más una bolsa de basura que ropa. ¡Y qué decir de mi pelo! No me he duchado y lo llevo en una coleta no muy favorecedora. Podría seguir, pero creo que queda claro que no voy con mis mejores pintas (hace tiempo que eso ya no me preocupa), y más si me comparo con la mujer que lo acompaña.
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Los colores que olvidé
ChickLitVenec es una joven de dieciocho años que busca abrirse camino como artista. Su sueño se ve truncado por sus problemas de ansiedad, que lleva arrastrando desde hace un par de años. En uno de sus ataques de pánico conoce a Senén, un psiquiatra muy apu...