Diario: undécima página

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Pensé que no tendría que volver a escribir en este maldito diario, pero siento que he tenido otra recaída. Como un adicto que no puede dejar su droga, yo parece que sea incapaz de saber cómo ser sin la ansiedad.

Estar a punto de alcanzar mi trabajo soñado, aunque para eso lo he tenido que hacer a medida, me está pasando factura. El estrés que creí que tenía bajo control hace su aparición como hace un par de meses. Y solo me puedo preguntar ¿por qué? ¿Por qué no consigo dejar toda esta mierda atrás cuando mi vida ya es mejor?

He recuperado a Cian; no es como antes, pero sigue en mi vida. Calha ha regresado, no me habla más que lo estrictamente necesario, pero verla me alegra el día. Y Senén se ha convertido en un apoyo fundamental e inquebrantable. También está Mayra, mi nueva amiga, de quien estoy segura que no se convertirá en un lío amoroso en el futuro. Je je.

Mi vida se está pareciendo a lo que siempre quise que fuera, ¿por qué sigo sin estar bien? ¿Qué falla? ¿Qué tengo que hacer para que mi cuerpo deje de mandarme señales de que algo va mal?

No soporto ese pulso en el pecho y la sensación de no llegar a coger el aire suficiente, o cogerlo de manera incorrecta, ese ahogo-no ahogo que ni inspiro ni exhalo con normalidad, sino que parece que hipee a destiempo. Ese maldito pánico que embarga a mi cerebro de que quizá lo mío no sean nervios, sino algo más grave, algún problema coronario que no se ha reflejado en las pruebas. Algo que necesita una mayor exploración. No soportaría que me dijesen que, en efecto, tengo razón. Que no hay nervios que valgan, porque lo mío es real. De un realismo aterrador que no quiero contemplar.

Cobarde. Soy una cobarde.

Tengo a Lea martirizada con siempre el mismo tema, y aunque sé que es mi terapeuta, me doy cuenta que incido constantemente en el miedo a las enfermedades, a morir, a acabar como mi padre. Dejar el mundo antes de que me toque. No llegar a vieja como es el orden natural de las cosas. Porque la realidad no atiende a tus propios planes, sino a los suyos. No quiero acatar el designio que me haya tocado vivir, quiero poder influir en él, cambiarlo, y si puede ser posible cumplir mi deseo de ser feliz y llegar a anciana. Una sabía que vuelva la vista atrás y se diga: «¡Costó, pero ha merecido la pena!». «He aprendido lo que tenía que aprender». Una mujer que sepa transmitir esas grandes lecciones y significativas a las generaciones venideras. Esa que ha sufrido varapalos, pero que ha sabido mantener la fortaleza digna de los mejores guerreros. Una que sepa ver la belleza en lo más horrendo y lo positivo en lo más negro.

Y a veces, en días como hoy, me pregunto cómo seré capaz de hacer eso, si respirar me cuesta. Si todo lo construido podría carecer de sentido ante el malestar que expresa mi cuerpo.

¿Y si me he acostumbrado a estar mal? ¿Puede volverse una adicta a algo así? ¡Dios, espero que no!

¿Qué me falta? ¿Qué sigo haciendo mal? ¿Qué?

¿Y si no tengo remedio?

Me resulta admirable toda esa gente que está combatiendo contra lo mismo que yo y lo consiguen con mayor éxito; los que se recuperan. Los que están lidiando con depresiones, enfermedades terminales, enfermedades que simplemente necesitan de una fortaleza mental que yo estoy lejos de poseer, y se convierten en inspiración para el resto. Son esa clase de persona que me esfuerzo por ser y no consigo. Siempre tan negativa, tan histérica, tan regodeándome en lo que podría salir mal.

Si conociese a una persona como yo, no creo que me cayese bien. Detestaría aguantar a alguien que siempre se queja, que no soluciona sus problemas y prefiere lamentarse, que no sabe apreciar lo bueno de su vida porque lo malo pesa más. ¿Quién diablos querría a alguien así? ¿Por qué me quieren a mí?

¿De verdad, tiene razón Senén y hay algo que me niego a ver? ¿Y por qué me niego a verlo? Si fuese bueno no tendría por que no querer verlo, ¿no? ¡Tiene que ser un defecto, a narices! ¿Pero un defecto que a los demás les resulte irresistible es siquiera posible? ¡Eso no tiene sentido!

¿Cuánto tiempo más tendré que luchar contra mí misma? ¿Cuándo me aceptaré? ¿Por qué no soy capaz de hacerlo ya?

¿Cómo hallo la calma?


Secretillo sobre el capítulo número 31. 

Tenía pensado que fuese el último de la historia. Esto fue cuando solo publicaba los viernes y tomé la decisión de acabarla en junio. No había contado con que la trama iría más lenta y que, yo como autora, incidiría en ciertas partes que siento relevantes.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora