Diario: decimocuarta página

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Un día creo que consigo pasar de todo, y al día siguiente me encuentro con que me molestan las cosas más triviales. Estoy empezando a ser consciente de que detesto que las cosas no salgan como yo quiero, que la gente no me entienda o que me lleven la contraria como si supieran mejor que yo lo que pienso. Me hacen sentir como una niña pequeña que merece ser guiada. Y esa maldita frustración me acompaña el resto del día o de la semana.

Sigo sin saber hablar alto y claro. Ese NO que impera por salir victorioso se me queda atascado en la garganta más veces de las que me gustaría. ¡Me siento oprimida! ¡Eso es! Soy una persona de la que es fácil aprovecharse, y los demás se dan cuenta enseguida de ello. Me preocupa no ser capaz de establecer esos límites que ya hace un año Lea me sugirió que implantara. Pero a la hora de la verdad soy como una animal rabioso que no sabe canalizar todo aquello que le hace hervir la sangre. Odio las discusiones; no obstante, a veces siento que una buena trifulca me desahogaría. También sería un atajo para imponer un respeto que no intuyo en nadie hacia mí. ¿Por qué será que a las personas les gusta avasallar? ¿Por qué esa necesidad de tener el dominio? ¿Por qué yo también pretendo eso?

No defiendo mis ideales y reculo en cuanto me siento expuesta o juzgada. Con los padres de Senén me sentí un poco así. Quise demostrar mi valía. Una parte de mí quiso impresionar a esos pedantes. Unas personas que no son nada para mí, pero que sentí superiores en sus maneras.Y Senén... El día de ayer fueron demasiadas revelaciones de la persona que en realidad es. Su vara de medir es muy arbitraria. ¿Cuántas veces vi censura en su mirada por mi relación con Cian? ¿Cuántas me amonestó por las supuestas actitudes corrosivas de mi amigo? Ahora resulta que él está envuelto en algo similar con esa Verónica. A veces me pregunto si tenemos algo en común, aparte de lo mucho que nos atraemos. No hago más que replantearme qué clase de vida llevaría con él, pero es que ni siquiera somos pareja. O sea, no hemos definido en nada nuestra relación. Aparte de unos cuantos besos, no hemos compartido nada más ni siquiera una conversación sincera, que puede que sea lo que necesitemos ahora.

¿Estar enamorada te hace estar ciega? ¿Lo estoy en verdad? No hago más que ver señales de alarma, que algo me dice que no debería pasar por alto. Y después mi gran pregunta, ¿el amor lo puede todo? ¿Hay que ceder? ¿Hacer concesiones? ¿Sacrificarse? ¿Quiero hacerlo? ¿Estoy preparada para ello? ¿Lo que siento es lo bastante fuerte?

Calha me habló del amor, de lo que experimenta ella con Jacob, pero no he acabado de sentirme identificada del todo. ¿Todos los amores son iguales? ¿Quiero como debería a su hermano?

¡No hago más que dar palos de ciego!

Mi mente y mi cuerpo no van sincronizados. Y ya no hablemos del corazón. Por un lado están mis propias normas morales: la ética. Las hormonas que reaccionan ante él. Y mi corazón que está en un estado de silencio permanente en lo que respecta a hablar claro, pero que chilla como loco sin darse a entender en las situaciones más estrafalarias.

He pasado tantas cosas con el psiquiatra en este tiempo... Ha sido una montaña rusa. Lo detesté, me encariñé, lo odié, me gustó, lo repelí, nos acostamos, fue mi confidente, mi apoyo, mi amigo, mi anhelo, mi frustración, mi decepción, mi cuelgue. Pero ¿y ahora?

Lo que ha pasado no desmerece todo lo bueno que hay en él, pero tampoco quiero fingir que eso no influye. El hombre tan perfecto que me parecía Senén se ha ido convirtiendo en una persona real con fallos. De hecho, yo también los tengo, pero ¿por qué siento que se me ha vendido a alguien que no existe? ¿O tal vez ha sido que yo he visto lo que quería ver?



¡Vaya vaya!

Venec parece muy decepcionada con el psiquiatra. ¿El amor lo podrá todo?

¡Os leo!

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora