Desaparición

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Instalar la televisión no está siendo fácil. Corrección, lo difícil es programar sus funciones a mis gustos. Por si no fuera poco, ha llegado con cinco días de retraso, porque estaba fuera de stock. Es la mitad de la otra, y aunque voy a echar de menos semejante pantalla de cine, esta tiene una mejor definición. El resto de la pared la he llenado con marcos de fotos. De Cian, de Mayra, alguna que Calha hizo en el trabajo pillándonos de improviso; también de ella. De cuando fue la mejor de las amigas.

A mi informática le gustó mucho este nuevo aspecto. Ya hace un par de días que le dieron el alta y está en casa. Como no teníamos entretenimiento en el salón, Cian decidió cederle su tele y ponerla en la habitación de ella. Ahora estarán los dos tumbados en la cama absortos en algún programa cutre de los que le gustan a Mayra. No es que me moleste eso, ni mucho menos. Bueno, es que no tengo derecho a que me moleste. Así que cuando me rindo con mi tele, me acerco al marco de la puerta de la habitación de la informática. Está acurrucada en el pecho de mi amigo durmiendo; este le tiene un brazo por la espalda, que la envuelve junto a él.

En este tiempo se han acercado sin que yo me diese apenas cuenta. Cian sigue con un sentimiento de culpa difícil de aplacar, y yo intento ser discreta en mis opiniones. Siento que desde mi última conversación con Mayra no hago más que meter la pata. Está mas distante y apenas me dirige la palabra. He ido todos los días a visitarla y hasta me quedé a pasar las noches del fin de semana, pero es como si a ella le molestase que permaneciese a su lado. He intentado ser más cordial y esforzarme por hacerla sentir cómoda, pero ha tenido el efecto contrario. No logro discernir qué ha sido eso que he dicho o hecho que sea tan grave para que su actitud haya cambiado tanto conmigo; sin embargo, está claro que he metido la pata hasta el fondo. He hablado con mi amigo para que me ayude a ver qué he hecho mal, pero escasa ha sido su ayuda. Solo ha sabido decirme que son imaginaciones mías y que siga a lo mío. Me parece un consejo de mierda, sobre todo porque no soy una persona que sepa pasar de las cosas.

Calha, en cambio, ha pasado a convertirse en una más del equipo, hasta el punto de que ha hecho piña con ellos. Ahora somos yo (la jefa) y ellos (los compañeros). Puede que fuese inevitable que esta circunstancia se diera; no obstante, no esperaba sentirme tan aislada en mi propio entorno. Me recuerda al Colegio de Bellas Artes, y eso está minando mi confianza y mi entusiasmo por lo que he creado.

De Senén solo sé por las veces que llama a Mayra, pero no lo he vuelto a ver. Mi distancia con ambos hermanos es absoluta. ¡Bien por mí! Aunque no puedo evitar contrastar que por mucho que me esfuerce en crear un escenario a mi medida, este se adapta al entorno y no a lo que yo esperaba o necesitaba. Es como tropezar siempre con el mismo tipo de piedra. Como su forma es diferente no vislumbro la esencia.

Y con el único que avanzo, aunque apenas lo veo, es Cian. Entre los turnos dobles que tiene, para compensar los días que se quedó con Mayra en el hospital, y sus reuniones de alcohólicos anónimos, solo coincidimos a las comidas (no todas) y a las noches. Ya no dormimos juntos, suele irse a su cuarto a descansar, y a veces se queda en el sofá traspuesto. Apenas entrena como era su pasión y su desmejoría resulta patente, sobre todo en el rostro. Tiene más ojeras, las mejillas más hundidas y el mentón más pronunciado. Sus músculos han perdido consistencia y plenitud. No he querido comentar nada, pero me tiene preocupada.

Entre todo este caos de interacciones sociales, me he refugiado en el dibujo. He repuesto los lienzos, que ya no me quedaban, y me paso las horas muertas (que empiezan a ser más de las que deberían) metida en el estudio de mi casa. También he trasplantado a Pinchitos y a Estrella al terrario. El volumen de Estrella se ha duplicado en este tiempo y mi cactus aunque lento, ha seguido con su crecimiento. Mide unos cuarenta y ocho centímetros (sí, lo he medido). De vez en cuando veo pasar —sobre todo en esas noches que no puedo dormir—, a algún coche patrulla, que vigila la zona. La amenaza del padre de Mayra sigue siendo real y aunque ya tengo instalado mi sistema de seguridad, con cámaras incluidas, solo me calma a medias. He tenido que llamar a Lea y pedir una cita antes de lo que me correspondía, porque notaba que me desbordaban los acontecimientos de mi vida. Ni ella me ha podido negar, que las circunstancias son complicadas. Piensa que mi decisión de mantener las distancias con los hermanos Ónix ha sido acertada, y más si me creaba cierta ansiedad no saber cómo lidiar con todo lo que se me viene encima. Cree que establecer prioridades ahora es lo más sensato y sano para mi salud mental. No obstante, sigo con esa sensación de no avanzar de la manera correcta.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora