Penitencia

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Si el desprecio fuese persona, esa sería yo en este momento. El gran Senén Ónix, el psiquiatra que predica sobre cómo deben ser los comportamientos de los demás, acaba de enfangarse en su propia cagada. ¿Por qué está tan horrorizado? Esto le permite acabar con la farsa que pretendía conmigo. Lo que no entiendo es qué pretendía. Verónica, a diferencia de él, se apresura a Nerón, quien la esquiva con repugnancia.

—¡Puedo explicarlo!

Ruedo los ojos. ¿Y qué más? Tal vez un: ¡Esto no es lo que parece! Su prometido la contempla como a una desconocida.

—¡Esto no es lo que parece!

Vale. Originalidad cero patatero. Hasta a mí me carga esta tía. Se aferra con desesperación al brazo del que presumo será exprometido a partir de ahora; este se deshace de ella de malas maneras.

—¡Ni me toques! —La aleja con la frialdad de un témpano—. No estás en posición de tocarme, ni ahora ni nunca.

La estupefacción de ella muta en odio. Uno muy corrosivo que no se para a medir.

—Sí, es verdad. Yo quiero a Senén, y él me quiere a mí. ¡Ya lo has visto!

—¿Pero qué dices? —exclama el aludido, pasmado.

La risa de Nerón es breve pero indiferente.

—¡Mis bendiciones! ¡Os harán falta! —Se gira y se encuentra de lleno conmigo, que sigo a una distancia prudencial de esta mala comedia.

Nerón entrecierra los ojos y camina con una sonrisa endiabladamente seductora. Cuando se acerca lo suficiente a mí, se agacha sobre mi oído y susurra:

—¿Puedo besarte?

El respingo que doy debe ser gracioso porque escucho su risa sobre mí.

—¿Perdona?

—Me apetece darles una dosis de su medicina. Sé que no es muy maduro, pero...

Atiendo a los dos protagonistas; una me mira con inquina, el otro con precaución.

—No, no lo es —confirmo—. Pero tengo diecinueve años. ¡A la mierda la madurez! Puedes besarme.

Su rostro se ilumina con una mirada traviesa. Su brazo me sostiene por la parte baja de la espalda y su mano libre sujeta mi barbilla, para darme un beso lujurioso. No hay criterio acertado en lo que estamos haciendo, pero clamo por una venganza infantil que me sale por los poros. A pesar de ello, sus labios son cuidadosos, voraces y su lengua (sí, no esperaba tanto) me repasa hasta los empastes; sin embargo, hay consideración en el acto. De hecho este beso, me recuerda a otros que ya he tenido. Todos de la misma persona.

Normaliza su respiración al alejarse; a mí me lleva un poco más. No por que haya sentido algo en sí, mas que la euforia del momento, sino por los nervios que me acicatean por la situación. Noto cómo mi estómago se constriñe, la cabeza se hunde en el mareo y el malestar se apodera de mí. Quizá nunca sea capaz de deshacerme de la ansiedad. Porque si cada cosa que me altera más de lo debido, me provoca este estado, puede que necesite otras medidas; no obstante, no me da tiempo ni de barruntarlo en profundidad. Senén se abalanza sobre el que, en teoría, era su mejor amigo y lo empuja. Nerón se echa a reír por su actitud, provocando que el psiquiatra tense su mandíbula.

—¡Ella me pertenece! —profiere.

Mis cejas se arquean y se alzan con desafío. ¿En qué planeta, macho?, pienso.

—¡No me veo ningún grillete! —pronuncio con un sosiego que por dentro me ha abandonado—. ¡No soy de tu propiedad!

La sonrisa burlona de Nerón se extiende cuando me ojea.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora