El acabose

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¡Si me pinchan creo que ya no sangro! Recuerdo cuando mi máxima preocupación eran Pinchitos y Estrella. Cuando mi ansiedad era el centro de mi universo. Cuando lo que seríamos Cian y yo era tan importante como el resto. La escuela de Bellas Artes, mi madre, mi pasado... Ha pasado un año desde que me vi realmente mal y me planteé en pedir ayuda psicológica. Un año en el que mi vida ha cambiado tanto que si me dijeran que iba a ser así, me reiría en la cara del pobre osado que me contase tal disparate. No, no creo estar mucho mejor que entonces. Sí que me conozco en mayor medida, comprendo ciertas cosas que me acontecen, pero... ¡No puedo más! Resultaba agotador estar pendiente de cada síntoma nuevo que mi cerebro me decía que era un potencial problema, solo yo y mis dramas. Ahora son mis dramas más los de los demás. No hay tregua y me siento colapsar por veces. Sé lo que Lea me diría, estoy entrando en modo supervivencia para afrontar todo lo que se me viene encima. ¿Pero es justo? Aprecio a Mayra y no quiero que nada malo le pase, pero ¡ya basta! Me estoy esforzando, nadie me lo puede negar, y si lo hace creo que le muerdo. No estoy preparada para todo esto, y no tengo por que estarlo.

Dirijo mis pasos al sofá, junto a Calha, y me siento con la vista perdida. ¡Paso! No no no. ¡Ya estoy hasta la coronilla!

—Deduzco que esto viene de atrás —digo sin atisbo de ánimo.

—Desde que tenía catorce —responde Cally.

Asiento despacio. Cian se lleva las manos al pelo y resopla.

—Imagino que no quiere que la ayudemos ni la atosiguemos ni nada por el estilo —sigo hablando, monocorde.

—Dice que la dejemos en paz, que está emancipada y que no es una niña para que la vigilemos como a una criminal —enuncia mi amiga, las que imagino fueron las palabras de la adolescente.

—Pues bien. —Me levanto y me dirijo al ascensor.

—¿Qué haces? —pregunta un Cian pasmado.

—Irme a casa. Aquí no pinto nada. No quiere ayuda, ¡pues vale!

—¡No puedes estar hablando en serio!

—¿Por qué no?

—¡Es una cría y tiene un problema!

Lo medito llevándome una dedo a la sien.

—No. No es verdad. La ley no la considera tal, y sí, tiene un problema, pero si no nos quiere cerca, nada podemos hacer.

Esta vez es Senén quien interviene.

—Bella Venec, no te puedo tomar en serio.

—¿Ah, no? ¿Exactamente por qué?

—La aprecias. No hay más que ser testigo de todo lo que has hecho por ella. Además ella también ha estado para ti cuando...

Levanto una mano y pongo mi cara de asco.

—Sé cuándo estuvo y sé cuándo yo estuve para ella. La he acogido en mi casa, la he contratado en mi empresa, la he tratado como a una más. ¿Qué más debería hacer? ¿Acaso no sabéis todos aquí de mis propios problemas? ¿No sabes tú mejor que nadie lo que es padecer ansiedad? —Me río pasándome una mano por el pelo—. ¿Qué sucederá si no me priorizo como debo? ¿Qué sucederá si sigo ignorando y reprimiendo todo lo que siento? ¿Qué sucederá cuando llegue a la zona baja de la curva?Vamos, Senén, habla alto y claro. ¡Dilo!

Aprieta la mandíbula mirándome fijamente.

—Reprimir las emociones puede acarrear una serie de problemas cognitivos a largo y corto plazo, también la representación de problemas físicos similares al desarrollo de enfermedades graves, no peligrosos pero sí molestos —recita.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora