La maldad de las personas

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Llevo esperando aquí sentada unos veinte minutos. La parte de mí a la que le gusta regodearse en las cosas que salen mal está disfrutando con el plantón, que parece que Calha me ha dado. La racional que habita en mí decide no precipitarse y seguir esperando estoicamente, porque tiendo a sacar suposiciones muy rápido y no suelo llevar razón; suelen estar condicionadas por mis miedos e inseguridades, y casi siempre hay explicaciones mucho más complejas y amables detrás.

La melodía breve de mensajes entrantes en mi terminal me hacen atenderlo.

Ya me dirás quién es tan importante para dejarme con las ganas.

Aprieto los labios con un torrente de cosquillas que circundan la parte inferior de mi cuerpo. Todo lo que me acontece con Senén me confunde muchísimo. Creí que lo tenía claro, pero el ahora no concuerda con el ayer.

Sonrío cuando le respondo.

Con las ganas te dejó Mayra, no yo.

Al instante me responde.

Me vengaré de ella en nuestra próxima sesión.

¿Qué clase de profesional eres?

Un verdadero profesional, creo que ya te lo demostré.

Mi vena malvada sale a flote.

No recuerdo que acabaras de demostrarlo.

¡AUCH! ¡Eso ha dolido, bella Venec!

Pero es la verdad.

Entenderás, pues, que quiera ponerle remedio cuanto antes.

—¿Con quién hablas para poner esa cara de satisfacción?

Alzo la mirada y bloqueo el móvil de inmediato cuando la sonriente Calha que yo conocí hace su aparición. Compruebo, no sin cierto horror, que poseo una sonrisa imborrable en el resto que no consigo mermar.

—Yo... Con nadie. —Su ceño fruncido me inspecciona mientras se quita la chaqueta y la deja en la silla detrás de ella.

No sé por qué miento, si no hay nada de malo en hablar con su hermano. O tener conversaciones subidas de tono. ¿O sí lo hay? El hecho de que lo esté ocultando, me avisa de que debería plantearme el porqué, más tarde.

—Me alegra que hayas aceptado venir.

Me encojo de hombros restándole importancia. Siento que por Cally haría cosas que no haría por nadie más. Su ausencia me llegó a doler físicamente y no he parado de repetirme desde que se fue, que no me arriesgué por ella como se merecía, y que me volví a quedar con las ganas de hacer algo que sí quería. No hubo día que no me arrepintiera y ahora que la tengo delante, aquí otra vez, sé que no voy a meter la pata de nuevo. Si me tiene que reconcomer algo que sea lo hecho, no lo que ha quedado por hacer.

—Querías contarme algo —le recuerdo—. Cuando a mí me hizo falta alguien, ahí estuviste tú y no lo he olvidado.

Sonríe con pena y sus ojos se vuelven vidriosos por un instante.

—¿Te importa si hablamos dando un paseo? Aquí hay demasiada gente para lo que quiero hablar y no me siento cómoda.

Acepto, un tanto extrañada por su conducta. La Calha que yo conocí no se incomodaba por nada, lo que me hace sospechar que el tema tiene cierta relevancia.

Dejo un billete de cinco euros sobre la mesa y nos marchamos. Fuera, las nubes y el frío nos ponen el telón de fondo.

—Tú dirás —comento cuando empezamos a andar calle abajo.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora