Me levanto con una cara que da asco verla. No he pegado a penas ojo después de que ese recuerdo bloqueado rondara mi mente. ¡Alucino con lo que me está pasando! ¿Cómo voy a confiar en los demás si no soy capaz de confiar en mí?
Odio admitirlo, pero mi madre tiene razón. Estoy demacrada. Tengo unas ojeras oscuras marrones y unos granitos por toda la cara, que imagino que indican algún desajuste hormonal. Se me ve agotada. No es solo que me sienta así, es que ya supura por todas partes.
Procuro no recrearme demasiado en mi imagen o sé que me vendré abajo. Cuando esté mejor, seguro que también lo hará mi rostro, espero. Solo es una etapa, una etapa larga en la que no me siento bien y necesito encontrarme, porque irremediablemente me he perdido.
Respiro hondo convenciéndome de que esto es un bache en mi vida; pero si quiero que las cosas sean distintas, he de hacer cosas distintas.
Sonrío. Es como si tuviera a Lea en la cabeza.
Sigo decidida a hablar con Cian, pero hay un pequeñísimo problema, y es que no sé cómo contactar con él. Cuando dejamos de vernos y me sentí tan abandonada, cambié de número de teléfono. Es curioso, porque el suyo me lo sabía de memoria, pero esta me falla cuando intento marcarlo. ¡Es frustrante! Esperaba que viniera a verme tan siquiera; sin embargo, se ve que eso no va a suceder. Vale, aún he regresado ayer y a lo mejor me quiere dar espacio y sí, no es adivino, pero me corre prisa que hablemos.
¿Y si se ha rendido conmigo? No se lo he puesto muy fácil que digamos, aunque siendo justa tampoco voy a estar esperándolo con los brazos abiertos como si fuera un perro al regreso de su amo.
Siento que me voy a volver loca si no hablo con alguien. Pinchitos y Estrella no me valen en esta ocasión.
Desbloqueo el móvil, que tengo en la mano, y sigo dando vueltas por mi habitación mientras busco su número.
A ver, la chica es rara. Pero seamos claros; yo ahora mismo tampoco soy la normalidad en persona. ¡Joder, mi vida dista tanto de ser perfecta que a lo mejor necesito tomar perspectiva! Y ayer se comportó como la mejor de las amigas.
Se merece una oportunidad. Tanto como la que yo quiero que me dé la vida a mí.
Un tono, dos tonos... Descuelga.
—¡Calha! —exclamo aliviada.
—¿Ya me echas de menos? —ríe al otro lado.
—Necesito tu... —¡Vamos, Venec, dilo!—, ayuda.
—¿Estás bien? Parece que te estés ahogando.
Miro hacia arriba con resignación. Lo de pedir favores no es lo mío, y más desde que me exijo poder con todo. Esto es casi como que me saquen una muela sin anestesia.
—Sí, estoy bien... Bueno, no. Por eso te llamaba.
—¿Te encuentras mal? —Su preocupación me hace sonreír.
—No, no es eso. Me hace falta una buena amiga en estos momentos...
Me parece oírla sonreír.
—Estoy ahí en veinte minutos. —Cuelga.
¿A quién le importa que sea rara si aparenta tener un corazón precioso?
Me meto en la ducha con el agua casi hirviendo, algo que me relaja. Pronto salgo y me visto unos vaqueros ajustados y una camiseta blanca de algodón. Aún me estoy secando el pelo cuando escucho el timbre.
Miro el reloj.
Puntual.
Echo a correr todavía con la toalla sobre mi pelo y le abro.
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Los colores que olvidé
ChickLitVenec es una joven de dieciocho años que busca abrirse camino como artista. Su sueño se ve truncado por sus problemas de ansiedad, que lleva arrastrando desde hace un par de años. En uno de sus ataques de pánico conoce a Senén, un psiquiatra muy apu...