Una pesadilla sin fin

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Voy a todo correr por los pasillos de urgencias, con Calha y Senén pisándome los talones. Hay varios corredores que se entrecruzan. Al final de uno de ellos, veo a mi amigo sentado en una de las sillas de la sala de espera, con las manos sobre la nuca y con su cuerpo inclinado hacia delante.

—¡Cian! —grito acercándome a él.

Se levanta con el espanto tiñendo su rostro, y nos abrazamos.

—¿Qué ha pasado? —pregunto separándome.

—N-No lo sé. Creo que la ha atropellado un coche.

Calha y yo intercambiamos una mirada extrañada.

—¿Cómo que la ha atropellado un coche? —repite Cally, incrédula.

—¡No sé, joder! Vi que echaba a correr y lo siguiente fue contemplarla tirada en el suelo, llena de sangre. —Su voz se rompe.

Le ofrezco el refugio de mis brazos intentando calmar su angustia. Puedo sentir su impotencia por no poder haber hecho nada; no quiero que piense en ello.

—¿Sabes si alguien la perseguía? —pregunta Senén.

Todos nos volvemos a él. Mi amigo frunce el ceño haciendo memoria. ¿Por qué alguien iba a seguir a Mayra?

—¿De qué hablas, Ny?

Él la manda callar con un gesto.

—¡Joder, pues claro! ¿Cómo no me di cuenta? —reflexiona Cian—. Creí que iba apurada porque llegaba tarde a algún sitio, tal vez había quedado, pero estaba huyendo. ¡Dios! —dice tirándose del pelo.

La mirada seria del psiquiatra me provoca un escalofrío. Antes de que lo acribillemos a preguntas, un médico se acerca a nosotros.

—¿Familiares de Mayra Rodríguez Gómez?

Cian se pone a la cabeza.

—¿Cómo está?

El hombre de mediana edad, vestido con una bata blanca y con un bigote bien recortado, suspira. Me temo lo peor y casi puedo sentir cómo mi cuerpo anticipa el golpe, temblando y constriñendo mi estómago.

—Hemos tenido que realizarle una intervención quirúrgica a vida o muerte.

¡Dios mío! Calha se cubre la boca, espantada.

—Tenía una hemorragia interna que hemos podido subsanar, pero... —Se detiene y toma aire. ¿¡Pero qué!?, grita todo mi ser—. Hemos tenido que extirparle el bazo.

Suspiro aliviada. Un alivio que nace de la más sincera gratitud porque siga viva.

—¿Pero está bien? —se cerciora Cian.

—Está estable. Ahora permanece en observación.

—¿Podemos verla? —pregunta Senén.

—De momento, no ha despertado. Una enfermera pasará a avisarlos cuando esté consciente.

El psiquiatra asiente, y el médico oprime el brazo de Cian para darle fuerza.

—Nos vemos más tarde —se despide y se interna por una puerta deslizante y opaca a su espalda, a la que solo tienen acceso los facultativos.

El silencio se instaura entre nosotros, pesado.

—¿Me puede explicar alguien qué esta sucediendo? —exige Calha.

Me siento tan perdida como ella, pero ni Senén ni Cian parecen propensos a hablar.

—Disculpadme, tengo que hacer una llamada —se excusa el psiquiatra alejándose.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora