Simbiosis

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¡Me aso! Me separo de Cian, quien está pegado a mí, y disfruto de la suave brisa que entra por las ventanas abiertas. La camiseta de tirantes se me pega al cuerpo, al igual que la ropa interior y el pantalón corto. Tengo la nuca empapada en sudor y me levanto para ir al baño.

Llevamos un par de semana con un calor infernal en Lancara, las noches son un suplicio, aunque eso no impide que mi amigo y yo durmamos juntos. Se ha convertido en una costumbre que ninguno se ha molestado en cambiar. A veces, como esta noche, dormimos en mi habitación; otras, y puesto que se emperró en tener una tele en su cuarto (que compró un día, después del trabajo), nos vamos a ver una película en su habitación y nos quedamos traspuestos allí.

No ha habido una sola vez que Cian haya traspasado los límites de nuestra amistad. Me abraza y me da castos besos, pero ahí queda todo. Su vida gira en torno a sus turnos en la heladería y sus reuniones de alcohólicos anónimos, cosa que no comprendo porque ha quedado claro que no tiene un problema con la bebida; no obstante, dice que asistir a esas charlas le da una perspectiva más clara de lo que las adicciones pueden provocar. Desde que acude no ha querido probar más el alcohol y tampoco es algo que piense reprocharle; a mí no es que me apasione su sabor.

Abro el grifo de la ducha, me desvisto y me meto en el interior. El agua tibia me cae sobre la cabeza y abro la boca. Me entra un buen chorro que escupo de inmediato. El escurrir del líquido por mi cuerpo me apacigua.

La empresa va avanzando más lento de lo que quisiera, pero Calha ha conseguido crear una agenda con patrocinadores que nos avalen y dar cierta imagen seria y creíble a nuestros futuros clientes. Megan ya tiene a dos futuros escritores en la palestra, uno con una novela romántica con tintes históricos que pinta muy bien, y otra de suspenso que no dejará indiferente a nadie. Estoy ayudándola para la maquetación del primero, que ya ha corregido. Cally ha sido clave para que esto fuese así, ya que en un par de días me puso al corriente de lo que necesitaba saber.

Con ella las cosas vuelven a estar como antes. Es esa amiga que estuvo conmigo en mis peores momentos y con quien me gustaba pasar tiempo. Solo que ahora se une a nosotras Mayra, a quien no dejamos sola, como me aconsejó Cian. Sigo sin saber qué ha ocurrido en su vida, aunque tampoco me inmiscuyo.

Senén... Bueno, Senén es otro cantar. No me evita como esperé, no me busca tampoco, pero no hace nada por impedir que nos veamos. En un par de veces que salí a pasear para darme esos momentos propios que Lea me garantiza que necesito, me lo he topado haciendo ejercicio. Odio verlo más guapo cuando no debería, jadeando y sudando y deseando ser yo quien lo ponga así. Esos pensamientos traicioneros me subyugan cada vez que lo tengo en frente. Nos saludamos, él antes que yo siempre. Su voz cargada, la mía susurrante.

Salgo de la ducha más fresca y me envuelvo en una toalla. Al internarme en la habitación, a oscuras, busco un pijama en el cajón de mi sinfonier. Saco un camisón fino y antes de ponérmelo, me aseguro de que Cian siga durmiendo. Es tan agradable su tacto que no me cuestiono que es una tela tan delgada que no deja nada a la imaginación. El calor puede más que mi sentido común y vuelvo con mi amigo. Según me tumbo a su lado, mi móvil emite un pitido breve: un mensaje de WhatsApp.

¿Estás dormida?

Sonrío. Por lo visto el calor no hace mella solo en mí.

Me acabo de levantar para darme una ducha. ¡Qué calor!

Pensé que era la única. ¡Odio sudar! ¡Es tan vulgar!

Frunzo el ceño por lo peculiar que me sigue resultando esta chica. ¿Es que acaso se puede considerar que que el cuerpo se termorregule como algo ordinario?

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora