El café me resulta más amargo de lo esperado. Tal vez porque no le he echado azúcar, tal vez porque el optimismo se ha llevado consigo cualquier tipo de edulcorante. Senén está frente a mí, sin quitarme ojo de encima. Accedí a esto tras esquivarlo en la calle con un adiós, y evitar tener que hablar con él de nada; ¡pero fíjate tú por dónde, al psiquiatra le han entrado las agallas y no aceptó un no por respuesta! Observo la espuma de la leche intentando encontrarle parecido a la parte marrón con algo. ¡Hasta la imaginación se me ha evaporado!
—¿Qué tal con Adrián?
—Bien.
El traqueteo de sus dedos en la superficie de la mesa me indica que se está impacientando con mi apatía. ¡Me la sopla! Suspira y, como era de esperar, saca él un tema de conversación.
—Mayra ha hecho grandes progresos. —Me encojo de hombros. ¡Bien por ella!—. Ha dejado de cortarse y parece que con el tratamiento su depresión mejora.
Muy sutil.
—¿Sabes con quién ha hecho muy buenas migas? —sigue hablando.
Su mirada insistente me obliga a responder sin ganas.
—¿Con quién?
Elevo la mirada un instante para verlo sonreír.
—Con el joven diagnosticado de esquizofrenia. —¡Vaya, pues sí que es curioso!—. Él también ha hecho sus progresos y han creado una relación de amistad que al principio me preocupaba, pero ahora puedo decir sin atisbo de duda que son buenos el uno para el otro.
—Vale.
—Que la abogada consiguiera el trato, ha sido clave. —Pues que le den un plus. ¿A mí que más me da?—. Mayra no tendrá que pagar un solo euro por esa información, pero sí que ha de trabajar para la empresa vilipendiada.
—¿Y se fían de ella? —río con sarcasmo.
Emite una mueca similar a una sonrisa.
—Es la manera en que saldará su deuda. Le pagarán —aclara al ver mi expresión—, pero es posible que se pase toda la vida trabajando para ellos.
Una bonita salida que en el fondo es como otra cárcel.
—Se tendrá que ir a Vancouver en cuanto salga de la clínica.
Así que no hay posibilidad de que vuelva con nosotros ni que retomemos nada. Tampoco sé por qué quiero que todo sea igual que antes, está claro que no va a suceder.
—Es posible que antes de que eso pase, quiera verte.
¡Sí, claro! Tal vez tenga algo más hiriente que decirme.
—Ha alejado a todos de ella, pero está volviendo a ser la misma, poco a poco.
La espuma ya ha desaparecido de mi bebida y ahora es un líquido de un color marrón insípido. Seguro que ya está tibio. Giro mi cuello y observo cómo las gotas de lluvia se estrellan contra el cristal. Los días cada vez son más escasos, solo hay noche. Llevo una semana sin dibujar y odio admitirlo, pero me siento muy sola en casa. Pinchitos y Estrella siguen ahí, pero ahora ni ellos consiguen hacerme soportable los días. Por lo menos, me ocupo de ellos. Un golpe fuerte sobre la mesa me sobresalta a mí y a otros clientes. Miro a Senén extrañada por su acción. Tiene la palma extendida sobre la madera de la mesa y me observa muy cabreado.
—¡No eres la única que tiene que recurrir a los fármacos para controlar su ansiedad! ¿A qué viene tanto drama?
Aparto mi bebida a un lado.
—¿Y si con los fármacos no es suficiente? —digo con desafío inclinándome hacia delante.
—No eres tú la que habla, sino tu ansiedad. Tienes miedo, es normal, pero la medicina se ha creado para esos síntomas que crees que solo tú posees y que solo a ti te afectan. —Extiende los brazos por encima de la mesa y agarra mis manos—. Primero dale una oportunidad a esta posibilidad antes de tirar la toalla. No eres ninguna yonqui, estás siendo tratada por especialistas. ¡Y yo estoy aquí!
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Los colores que olvidé
Chick-LitVenec es una joven de dieciocho años que busca abrirse camino como artista. Su sueño se ve truncado por sus problemas de ansiedad, que lleva arrastrando desde hace un par de años. En uno de sus ataques de pánico conoce a Senén, un psiquiatra muy apu...