El caos de mi vida

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 Me revuelvo en la cama gimiendo, con un punzante dolor de cabeza. Presiono mi cráneo con las manos y me doy la vuelta entre las sábanas viendo los rayos del sol filtrarse por la persiana semibajada. Cierro los ojos con fuerza y me acurruco en las almohadas subiendo la sábana todo lo que puedo. La carcajada de Senén me hace refunfuñar.

Me emociona lo que ocurrió ayer entre nosotros. Una parte de mí está pletórica por haber hecho lo que me apetecía sin cuestionarme nada, simplemente dejándome llevar por los acontecimientos y mis deseos.

—No te tapes tanto —dice con ese tono grave suyo que ahora me duele oír.

Me despoja de las mantas y se deleita con mi desnudez. Nunca me imaginé que el psiquiatra pudiese ser así de pervertido. Intento, inútilmente, cubrirme, pero me apresa las muñecas sobre mi cabeza. Me contempla con descaro, y mi pudor hace aparición. No debería ruborizarme así, y menos después de todo lo que hicimos anoche, mas sigo avergonzada.

Es mi segunda experiencia sexual y aunque no ha estado mal, no he conseguido el objetivo que se busca en este tipo de actos. O sea, que no he llegado a correrme.

Senén es increíble y le pone muchas ganas. ¡Joder, creo que folla como un animal salvaje, hasta dejarte exhausta!, pero a pesar de lo excitaba que estaba y del gusto que me daba, fui incapaz de alcanzar el orgasmo. Lo tiene todo para atraer al sexo contrario y su miembro es... de dimensiones poco vistas, creo. Sin embargo, no ha habido el final feliz que me esperaba. ¿Lo peor? Él lo sabe.

Lo veo en sus ojos cuando me mira; está dispuesto a resarcirme, pero sinceramente no creo que lo logre. Me enciende su deseo por mí y me gusta atraerle, pero ahí queda todo; no obstante, le dejo hacer, porque sus besos en mi cuello me estimulan a darle otra oportunidad, porque sus caricias en mis pechos me consumen y su roce en mi entrepierna húmeda me hace jadear.

Bajo los párpados y a mi mente vienen los sucesos del día anterior.

Senén me miraba como una bestia salvaje que no está dispuesta a perder su botín. El cosquilleo en mi estómago, las ganas que proliferaba el alcohol y mi necesidad de hacer lo que me diera la bendita gana porque me apetecía, inclinaron la balanza.

El lugar seguía con su ambiente festivo, ajeno a nuestra escaramuza hormonal. Me fui acercando, despacio, sin saber cuál sería mi siguiente paso o lo que debería hacer a continuación. No me atreví a mirarlo, solo dejé que mis ojos vagaran por su camiseta y apoyé una mano en el centro de sus pectorales. El latido fuerte y constante de su corazón me gustó, pero me gustó más cuando acarició mi pelo, cuando me echó un par de mechones sueltos hacia atrás y cuando me besó en la mejilla con intensidad. Me abrazó fuerte, tanto, que si hubiese sido un jarrón roto, me hubiera recompuesto sin fisuras.

Apoyé mi rostro en él y respiré hondo. Hice bien en coger aire en ese momento, porque me faltaría mucho después.

Volvió a tentarme con sus caricias y besos, que recibí gustosa. Inevitablemente, no podíamos estar prolongando algo que, si bien se sentía genial, no llevaba más que a generar demasiada apetencia.

—¿Hasta dónde quieres llegar?

Su pregunta me resultó confusa al principio, y más porque no paraba de desconcentrarme con sus caricias. Su mirada significativa me aclaró el mensaje.

—Hasta el final —concluí.

Se apartó con brusquedad, recibiendo una queja por mi parte que le hizo reír.

—¡Vamos! —Fue todo lo que dijo ante de cogerme por la mano y sacarme del pub.

Recorrimos un par de calles antes de detenernos frente a una moto. Me pasó un casco y me instó a que montara con un gesto. Di un paso atrás y lo observé indecisa. ¡A ver, que una cosa era montárselo con él y otra montarme en una moto! Me parecía más peligroso esto último.

Los colores que olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora