No habla. Es como si se quedase atrapada dentro de sí misma. Respira, se mueve, parpadea, pero es como si la persona que fue hasta ahora hiciese las maletas y se marchase. A Cian se lo ve angustiado por ella, muy angustiado, de hecho. Senén la ha reconocido y nos ha pedido calma. No son casos tan aislados en los que una persona sufre tal fuerte impacto ante una noticia inesperada, que el cerebro busca sus mecanismos de defensa. Eso es lo que nos ha asegurado, pero es como ver a Pinchitos o Estrella. Hay que decirle que coma, que tome la medicación, que pasee... ¡Todo! Se va dejando ir, sin oponer resistencia. Me da mucho miedo verla así. A donde ella está, yo no llego y me siento inservible.
Ahora estamos preparándonos para ir al funeral de su padre. Como sucede en estos casos, han querido determinar la causa de la muerte y le han realizado una autopsia. Lo han acribillado a balazos, eso estaba claro, pero ahora es oficial. Solo nosotros asistiremos. Al menos, no creo que vaya nadie más. Me he ofrecido a pagar las costas del funeral, porque me parece que es de tener algo de humanidad darle una ceremonia digna. Por Mayra.
Llevarla al entierro de su padre puede parecer cruel, y más en este estado catatónico en el que se encuentra, pero Senén asegura que necesita verlo, asimilar que ya no está, despedirse. El duelo puede llegar a ser muy largo; no obstante, ahora lo que precisa es aceptarlo. Vamos en el coche de Calha, los cuatro. El psiquiatra va en el suyo. No puedo evitar mirarla por los espejos retrovisores a cada poco. No soy la única, a Cally se le ponen los ojos vidriosos cada vez que la mira. Cian, que va sentado a su lado, aferrándola de la mano, muestra dolor, todo el que ella debería exponer. Llegamos con los nubarrones prometiendo una tromba de agua. El cementerio de Lancara se encuentra a las afueras de la ciudad. Se necesita un vehículo para llegar, y es que corona una de las cimas adyacentes a la urbe. Hemos querido ser prácticos y acortar toda la parafernalia de un acontecimiento como este, así que la funeraria solo ha recogido el cadáver en el tanatorio del hospital, lo ha metido en el ataúd y lo ha trasladado hasta aquí.
El oficio resulta breve; el clima acompaña nuestra emoción. No hay nadie más, aparte del cura y los enterradores. No puedo evitar pensar en lo desolador que es esto. Nadie a quien le importes, ni un solo amigo o familiar. ¡Nada! Te vas, dejando este mundo y el mundo sigue porque has sido alguien insignificante, alguien cruel, una paria social. ¡Es horrible, simplemente horrible!
Cuando el ataúd comienza su descenso hacia el hoyo, Mayra se descompone en un llanto desgarrador. Todos nos sorprendemos, excepto Senén, quien parece que ha estado esperando esta reacción desde el principio. Se arroja sobre el féretro, al que han detenido de su descenso, y llora como nunca la he visto, sobre él. Cally la abraza por la espalda y se apoya en ella, insuflándole consuelo. Los demás nos mantenemos a una distancia prudente observando esta desoladora escena. No hace tanto que yo estuve aquí enterrando al mío (bueno, sus cenizas). Mi compostura fue admirable, o seguro que eso pensaron. Lloraba sin hacer escándalo. Lo aceptaba con estoico dolor. No me derrumbé, acepté condolencias, incluso llegué a sonreír en agradecimiento por quien se molestó en venir. Aparenté. Rota y molida por dentro; fui la tristeza con clase. No me arrojé inútilmente, como está haciendo ahora Mayra, no supliqué que despertara. No grité como ella ahora, ni le recriminé por haberse ido sin avisar, por abandonarme, por no seguir estando en mi vida como era de ley que estuviera; lo asumí. La vida me enseñó su cara más terrorífica, y yo me quedé atrapada en ella. En el miedo que me inspira desde entonces. En lo baladí que puede llegar a ser vivir creyendo que tiene sentido todo lo que experimentas en ella, cuando en realidad nada te llevas contigo, todo queda aquí, incluso tus restos. Las vivencias se quedan con el pasado, un tiempo funesto que jamás te lo devuelve, y los recuerdos, a los que les falta la intensidad, los detalles, y los sentidos que tan necesarios son para que algo vuelva a ser real. Sí, la vida me acogió en su faceta más fea y yo aprendí a caminar en ella sin inmutarme, sufriendo cuando me alejo de esa vereda, porque lo ideal no existe y me agobia la mentira que se me ofrece. He ahí mi ansiedad.
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Los colores que olvidé
ChickLitVenec es una joven de dieciocho años que busca abrirse camino como artista. Su sueño se ve truncado por sus problemas de ansiedad, que lleva arrastrando desde hace un par de años. En uno de sus ataques de pánico conoce a Senén, un psiquiatra muy apu...