Guardias de vanguardia

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A las siete de la noche la ciudad se iluminó con las luces de farolas, departamentos, faros de coches, pantallas de anuncios y letreros fluorescentes. Como si con eso pudiera borrar la miseria en las calles. Fue a esa hora cuando Hobie regresó a su departamento. La sensación de que su cabeza le iba a explotar persistía y apenas había disminuido lo suficiente para poder moverse. En su cama se acostó como un animal herido, durmió de forma intermitente y despertó a las once de la mañana pero se quedó acostado por más horas. Cualquier ruido le causaba el dolor de un porrazo en su cabeza.

No pudo ir a su cita con Betty, las punzadas alrededor de su cráneo eran insoportables, ni siquiera pudo llamarle para avisar sobre su falta. Se quedó acostado hasta la tarde, por suerte Flint volvía del trabajo en la noche y no descubrió su malestar. Estuvo así por días, al tercero Vin y Michele fueron a visitarlo, se habían dado cuenta de su ausencia en el huerto y el resto del edificio.

—Solo tengo una migraña —se excusó.

—¿No te golpearon? —preguntó Vin.

—Tal vez.

—Dijiste que te cuidarías —soltó Michele.

Hobie no respondió, no tenía ningún pretexto que pudiera arreglar la situación.

—Voy a revisarte —mencionó Vin y le palpó la cabeza.

—No es nada —dijo Hobie y enseguida tensó la mandíbula de dolor.

—¿Qué no es nada? —Vin prosiguió la exploración.

Por suerte las heridas fuera de su cabeza habían sanado, eran las de adentro las que le hacían sufrir pero Vin no las descubriría y no sabría la gravedad del daño.

—Siento inflamación y no sé si tienes fracturas.

—¿Fracturas? —murmuró Michele angustiada.

—Te daré unas pastillas pero debes hacerte una radiografía para confirmar si hay fracturas o no.

—Claro, porque nuestro sistema de salud es barato y no me dejará endeudado —mencionó Hobie con tono bromista—. No tengo fracturas, me repondré en unos días.

Dijo para ellos y para sí mismo. Vin y Michele lo observaron entre preocupados y molestos. Agradeció que no compartieran su estado con Flint y Felicia. El viernes de esa semana, después de seis días de descanso y medicamento para inflamación y dolor, fue a las oficinas de El Clarín para entregar su trabajo.

—Lo entregas una semana tarde —acusó Jameson—. Esta lucha del enmascarado en la tienda de electrodomésticos ya no es noticia, debes moverte más de prisa Brown.

La voz del editor en jefe le provocó dolor de cabeza, aunque no tan grave como antes. Tomó el cheque, la cantidad marcada era la menor hasta ese momento, suspiró hastiado y fue a que Betty lo sellara.

—Lamento no poder ir a nuestra cita, surgió algo —le explicó.

Betty no dijo nada, mantuvo la vista en su escritorio, selló el cheque y se lo entregó sin ganas de platicar con él. No era necesario que mencionara una palabra, Hobie notaba lo molesta que ella estaba y no podía culparla.

Salió de las oficinas, fue a cobrar el cheque en un banco y regresó a su edificio. Era quincena, debían organizar sus gastos con las ganancias de todos. No solo él había tenido una mala paga, el dinero juntado era menor de lo que usual se reunía.

—Es que muchos en la comunidad han perdido sus empleos —explicó Flint—. Y los precios de los productos básicos no dejan de subir.

Hobie hizo una mueca, hasta ese momento no había pasado hambre pero tampoco se había dado un festín. Con el dinero reunido no podrían comprar suficiente comida para todos y muchos de su comunidad sufrirían hambre. No iba a permitir que eso sucediera.

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