Aumento de criminalidad

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Spider-Punk recogió su celular, se despidió del Capitán Anarquía con una seña y se columpió hacia su edificio. El movimiento provocó que las quemaduras que surcaban toda su piel ardieran como flamas.

El cabrón de Electro le había hecho pasar un infierno, de forma casi literal, tenía bien merecido el puñetazo que lo mandó a comer pavimento. Spider-Man esperaba que al destruir el equipo que almacenaba la energía los Thunderbolts no pudieran utilizarlo por un tiempo, en ese lapso debía hallar a alguien que curara a Max.

Entró a su cuarto por una ventana, con un disparo de telaraña puso seguro a su puerta y durmió con todo y traje. A la mañana siguiente el escozor en su piel proseguía, quiso quedarse acostado hasta que volviera a anochecer pero se puso en movimiento para arreglarse e ir a las oficinas de El Clarín. En momentos como ese deseaba mandarles las fotos a Jameson por internet, el problema era que aun así debería ir a las oficinas por su cheque ya que no tenía una cuenta en el banco y nunca tendría una, no iba a encadenarse él mismo a las empresas financieras.

Entregó el material tomado, temió que Jameson notara las quemaduras en su rostro, no lo hizo, Betty sí. 

—¿Qué fue lo que te pasó Hobie? —exclamó ella poniéndose de pie.

—Intente cocinar y el aceite me salpicó.

Betty le dio una mirada seria y preocupada, era obvio que no le creía. Le entregó el cheque sellado sin desvanecer su gesto. Hobie se despidió, salió el edificio y viajó en metro apretado entre decenas de personas desconocidas. Bajó en la estación cercana a su hogar, tomó una bocanada de aire fresco, lo más que se podía en esa ciudad, y caminó hacia su edificio.

—Dame todo —oyó de pronto tras él.

Se giró, lo amenazaba un chico latino de unos trece años, en la mano sostenía un cuchillo de cocina.

—No bromeo, dame todo lo que traigas —repitió el chico, el temblor en su mano delataba su nerviosismo.

—Toma —dijo Hobie y sacó un par de monedas—. No traigo nada más.

—No mientas hijo de p"#$ —vociferó el chico e hizo el amago de lanzar una puñalada.

Hobie le atrapó la muñeca, la dobló lo suficiente para que dejara caer el cuchillo y después lo soltó.

—Quisiera ayudarte pero en este momento no traigo nada más —metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y fijó su mirada en la del chico—. Y una cosa, si sigues asaltando a la gente lastimarás a alguien o serás dañado, cualquiera de esas situaciones sería una desgracia.

El chico apretó los dientes y dio una mirada iracunda pero Hobie se percató de que se esforzaba por no llorar.

—Si necesitas ayuda busca grupos de apoyo, hay comedores comunitarios, sitios donde donan ropa y otras organizaciones que buscan amparar en lo que pueden.

El chico retrocedió, se limpió los ojos con su antebrazo y huyó corriendo. Hobie bufó, nadie merecía pasar por una situación de m!"#$% que forzara a robar, pero los niños lo merecían menos. Un sistema que dejaba a su suerte a los infantes era una sistema fallido. 

Entró a su departamento, se acostó en su cama y descansó para que sus quemaduras sanaran. Al día siguiente, temprano, fue al hogar de Vin y Michele. 

—Pasa Hobie... —dijo Vin mientras se tallaba los ojos, acababa de despertar.

—¿En qué ayudo?

—Supongo que a... barrer.

—Bien.

Unos minutos después Michele salió de su cuarto en pijama, al ver a Hobie se coloreó de vergüenza, volvió a su habitación y después salió cambiada.

Spider-Punk El Spider-Man AnarquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora