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Esa voz que escuchó la reconocería con los ojos cerrados porque con sólo hablar su cuerpo temblaba y ahora estaba de nuevo ahí susurrándole a ella que todo lo que había dudado se volvió realidad diciéndole que todo lo sentía nunca fue una mentira, poco a poco se dió la vuelta y la tuvo de frente mirándola a esos ojos que tanto había extrañado, parecía un sueño o tal vez la recordaba en su cabeza de tanto pensar en que volviera pero en ese momento su cuerpo, que tan flexible era al de ella, ahora se quedó sintiendo escalofríos porque jamás pensó que volvería a verla después de todo el daño que le había hecho.

- Hola... - Rompió el silencio Amelia con voz temblorosa mirándola con los ojos llorosos igual a los que tenía la rubia.

Luisita ante esa cercanía no podía responder porque las palabras no le salían, no sabía si insultarla, gritarle todo lo que un día dijo de ella o por el contrario acercarse a ella y abrazarla para decirle de sus propios labios cuánto la había echado de menos pero su única respuesta fue salir corriendo porque creía que había vuelto para hacerle daño.

- ¡Luisita! - Gritaba Amelia corriendo tras de ella para intentar alcanzarla y explicarle.

- ¡Luisita por favor! - Intentó tocarla suavemente en el hombro para que la escuchara mientras la abogada ya estaba intentando abrir la puerta de su coche para marcharse del lugar.

- Luisita, sólo quiero que hablemos... - Finalmente le dijo llorando a la abogada dándole la espalda porque no quería escucharla.

- Amelia, ¡¿Qué quieres de mí?! - Contestó la abogada dándole la cara por segunda vez y con rabia mirándola a los ojos.

- Sólo quiero que hablemos..., te lo juro, sólo quiero que hablemos. - Contestó abatida Amelia acercándose lentamente, frágil ante los ojos marrones de la abogada, aquellos que eran su cielo y debilidad desde la primera vez que la enamoraron.

- ¡No me toques! ¡Suéltame! - Le respondió fríamente Luisita apartando bruscamente su brazo para no tener ningún tipo de contacto con ella.

- Está bien, ok, pero por favor no grites. - Amelia se separó de ella agachando la mirada y levantando las manos rindiéndose para que no creyera que quería hacerle daño.

- ¿Me puedes escuchar, por favor? - Seguía pidiendo Amelia con los ojos acuosos y mirada triste ante la negativa de Luisita.

Luisita se negó a escucharla, tenía la mirada perdida y estaba intentando procesar toda la imagen de su cabeza creyendo todavía que se encontraba metida en su propia pesadilla.

- Luisita, por favor... nadie puede saber que estoy viva, por favor no digas nada. - Rogó la morena a la abogada para que mantuviera su anonimato y así llevar a cabo el plan que tenía desde que había vuelto por ella.

Ante esa confesión Luisita se quedó mirándola sin poder creerse lo que le estaba pidiendo porque aunque sintiera todavía algo por ella, era una prófuga de la justicia y tendría que pagar por todo lo que hizo, después de unos segundos sin quitar la mirada, finalmente Luisita se subió a su coche con miedo y llorando todas las lágrimas que le quedaban en ese momento para marcharse de ese lugar que tanto le había recordado a todo lo que vivió con Amelia dejándola más confundida y triste por no poder acercarse a ella y hacer lo que tanto tiempo llevaba deseando, besarla.

- Luisita... - Decía ya a la nada recordando en el aire su perfume que tantas veces había tenido en sus sueños y al que se volvió adicta durante mucho tiempo.

La abogada del mismo nerviosismo que le provocó ver de nuevo a la morena, tuvo que parar por un momento su coche que ya no se encontraba en condiciones de conducir para llamar a su amigo Mateo que dejó plantado en el parque.

Lo que en ti veoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora