ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 20

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Al despertar, no había rastro de Charlotte en su habitación. Eran casi las diez de la mañana en un sábado inusualmente frío para mediados de la primavera. El día parecía perfecto para retozar, algo que seguramente habría hecho parte de sus planes normalmente, pues adoraba los momentos de soledad en los que se permitía ser tan perezosa como le fuera posible, pero aquella mañana el sabor amargo de una tonta ilusión la mantuvo pensando por largo rato.

No trabajaba los sábados, había asumido que Charlotte tampoco lo haría, y sin saber de dónde lo había sacado, había esperado que pasaran el día juntas, tal vez ver una película allí mismo en su habitación, holgazanear juntas, y después de todo conocerse un poco más. Cerró los ojos y tomó una enorme bocanada de aire, había querido más de Charlotte, había deseado algo que la ponía en peligro, y lo peor de todo era que seguía deseándola. Para aquel momento, ya sabía que ni siquiera valía la pena recriminarse por caer justamente en el lío emocional del que había querido huir, porque al final de cuentas nadie la había obligado, había participado bastante dispuesta.

Sacudió la cabeza, salió de la cama y se fue al cuarto de baño, abrió la llave del lavabo y se mojó la cara. Estaba asustada, su reflejo en el espejo se lo estaba diciendo con dolorosa franqueza.

—Soy una imbécil —le susurró a su reflejo—. ¿Charlotte quédate? —Se burló con ironía, definitivamente había roto todas sus reglas, se sentía estúpida, traicionera de sus propios principios. Y como si eso no fuera suficientemente terrible, seguía sintiendo la absurda necesidad de estar cerca de ella, que era justamente cuando inevitablemente reincidía en la estupidez.

Respiró hondo, se secó la cara y se fue a la cocina, se sirvió varias galletas de avena y un vaso de kumis, tomó asiento y se acabó su improvisado desayuno con Charlotte aun dando vueltas en su mente. Al terminar, buscó su cartera, que todavía estaba en el sillón, y sacó su móvil. Observó el aparato por largo rato, pensando en qué proponerles a Meena y a Sun, cualquier cosa que la ayudara a sacarse a la fiscal de la cabeza estaría bien. Pero, salvo la idea de pasarse un rato por la piscina descubierta en aquel día gris, no se le ocurrió nada mejor, así que no los llamó, en cambio revisó sus correos, respondió unos cuantos, y adhirió varios puntos a su agenda del lunes.

El pitido de un mensaje entrante la dejó de piedra al encontrarse con que era Charlotte. Ella seguía consiguiendo que las tontas mariposas la atacaran cada vez que tenía la sensación de su presencia cerca, y eso era sumamente fastidioso.

  ¿Qué harás hoy?

En un acto reflejó apretó el labio bajo sus dientes, de repente nerviosa y demasiado ansiosa, y en un solo segundo, toda la trascendental discusión consigo misma se fue al caño.

Nada importante, tal vez vea alguna película en casa.

Le dio enviar y unos cuantos segundos después, recibió la respuesta.

Boo!!! ¡Qué aburrida! Thor y yo vamos al polígono a las prácticas de tiro... Pasaré por ti en un par de horas.

Eso la tomó por sorpresa, no había imaginado que Charlotte fuese partidaria de las armas de fuego, y eso era algo que verdaderamente no le gustaba, les temía.

Pero bueno, después de todo la mujer era una fiscal que lidiaba con asuntos policiales todo el tiempo, parecía obvio. Pero ese definitivamente no era su plan, así que prefirió declinar la invitación.

No, gracias... La verdad, no me gustan las armas de fuego, soy más paz y amor... ya sabes, haz el amor no la guerra.

Esta vez la respuesta no llegó de inmediato, aun así, ella se quedó con el móvil entre las manos, mordiéndose los labios con ansiedad. Un par de minutos después, el celular vibró.

Dulces Mentiras, Amargas Verdades ❧ Englot G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora