ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 8

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Charlotte entraba al hotel Stanford en compañía de dos oficiales de la policía, mientras el corazón le latía frenéticamente, al saber que después de tanto tiempo vería nuevamente a la señora Illona.

Ella había sido su ángel salvador, sin su ayuda ella no estaría donde está, y una vez más estaba dispuesta a auxiliarla.

Era la única persona con la que contaba, la única que podía creer en su palabra, porque sabía en cierta medida que lo que había pasado, no había sido un accidente como lo habían reseñado el cuerpo de bomberos y la policía.

Los oficiales apostados en la puerta de la habitación hicieron el cambio de turno con los que llegaban con ella. Uno de ellos llamó a la puerta.

—¿Quién es? —La voz de la señora al otro lado de la puerta era temerosa.

No estaba preparada para todo el proceso de investigación y colaboración policial, por eso, había decidido ser ella misma quien la pusiera al tanto.

—Buenos días señora Wagner, soy Charlotte Austin, asistente 320° al Fiscal General del distrito. El caso con el cual usted desea colaborar está a mi cargo. Estoy en compañía de dos oficiales... —No terminaba de hablar cuando la puerta de la habitación se abrió y la mirada dorada se ancló en la señora Wagner.

Los años habían pasado por ella, surcándole el rostro con arrugas y sus cabellos se habían cubierto casi en su totalidad con hebras plateadas, así como su estatura se había visto afectada, o era ella que ya era una mujer y no la niña al que ella cuidaba.

Podría jurar que la había reconocido, la sorpresa en su rostro fue evidente, pero prefirió callar y hacer un ademán para que entrara.

Charlotte dio un paso dentro de la habitación y cerró la puerta dejando fuera a los oficiales.

—Usted primero, por favor —pidió señalándole la pequeña sala de estar de la habitación.

—Tome asiento —ofreció al ver que ella solo se había quedado mirándola, tal vez le resultaba familiar.

—Gracias —susurró la anciana que se sentaba con la lentitud y dificultad que los años le daban al cuerpo.

—¿Me dijo su apellido? —preguntó mirándola a los ojos y en los de ella brillaba la curiosidad y algo más que Charlotte no logró definir.

—Austin —afirmó.

—¡Santo Dios! —exclamó llevándose las manos a la boca para tratar de contener su emoción—. Camila, tal vez no me recuerdes... —La mujer empezó a titubear presa de la sorpresa que la asaltaba.

—Charlotte... —intervino con voz en remanso, corrigiendo a la dama.

—Creo que estoy confundida, perdone señorita fiscal... Todo este caso me ha afectado un poco, estoy algo nerviosa —dijo tratando de disculparse, pensando que tanto el parecido como el apellido, solo eran coincidencias.

—No está confundida y sí la recuerdo, no podría olvidar que su tarta de arándanos es la mejor que he comido en toda mi vida — confesó mientras luchaba con tantas emociones anidándoseles en el pecho, sabiendo que ni siquiera podía controlar el temblor en sus manos.

—¿Cómo es posible? —preguntó en un murmullo, mientras observaba con insistencia a la chica—. ¿Por qué nunca más recibí noticias de ti?

—Gracias a la llamada que hizo al número que estaba en la libreta, vinieron a buscarme y me llevaron a Brasil. —Charlotte empezaba a sentir las lágrimas arderle al borde de los ojos, porque inevitablemente la señora Illona la acercaba a su pasado, ella la conocía, la única que verdaderamente la conocía, al menos a la niña que auxilió—. No pude agradecerle en ese entonces —murmuró un poco apenada y bajó la mirada donde jugueteaba con sus manos temblorosas en busca de un poco de serenidad.

Dulces Mentiras, Amargas Verdades ❧ Englot G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora