ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 2

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A pesar de los prejuicios que lo rodeaban, ése había sido su hogar, el lugar donde encontró comprensión y cariño cuando contaba con apenas quince años, colmándose del calor humano y del respaldo de otras personas a las cuales constantemente juzgaban y señalaban, basados únicamente en las apariencias.

El mayor ejemplo había sido ella misma, quien en más de una ocasión había sido señalada y denigrada. Aprendió entonces a no interesarse demasiado en lo que la gente pensara o dijera, y a labrar su propio éxito sin humillarse ante nadie.

Gracias al sostén que le brindaron logró cumplir su más anhelado sueño y graduarse como diseñadora de modas. Desde que tuvo uso de razón aspiraba poder hacerlo, a sus muñecas les creaba vestidos con retales de tela, aún sin graduarse diseñaba el vestuario para ella y sus amigas, quienes siempre elogiaron su trabajo y el don único que tenía para crear e innovar.

Su paso por la universidad fue por completo su mérito, alternando su educación superior con algunos cursos de verano en diseño de interiores que le significaron tempranamente una rápida alternativa para hacer algo de dinero extra.

Logró construir una carrera y ganar reconocimiento sin darse un solo descanso, después de cinco años contaba con los conocimientos necesarios, el dinero suficiente en su cuenta bancaria, y en su maleta los bocetos perfectos para iniciar su propio negocio e inaugurar su propia tienda de ropa. Sabía que no sería fácil, pero encontraría el respaldo necesario, había trazado un plan a prueba de fallos, e invertiría en él hasta la última gota de sudor para ver su línea y su tienda hechas una realidad.

Las Vegas había sido un buen trampolín, pero sus ambiciones iban dirigidas a las grandes ligas, no se conformaría con nada diferente a una de las capitales de la moda, por lo que sin vacilación partiría a Nueva York.

Para Engfa Waraha decir adiós no era una simple palabra, despedirse implicaba dejar atrás todo lo que hasta aquel momento había sido su vida. Pero se había obligado a prescindir de sentimentalismos y añoranzas, siempre llevaría en su corazón a las personas a las que le decía adiós, aquel trago amargo valía todo el esfuerzo. Lo arriesgaría todo por la realización de sus sueños.

—Sabes que aquí siempre serás bienvenida y que si no funciona lo intentaremos hasta que lo logres, serás una diseñadora reconocida y prestigiosa —le decía Meena con absoluta convicción mientras la abrazaba.

Meena era una graciosa pelicastaña, de rasgos delicados y femeninos, que parecían ser una contradicción con su chispeante e irreverente personalidad.

—Gracias Sophie, pero tengo fe en que lo haremos, ya verás, lo lograremos porque tú serás mi asistente —Le hizo saber llevándole un mechón de cabello tras la oreja, después la abrazó.

—Ya lo sabes Engfa, si alguien llega a propasarse contigo o mirarte de más, sólo tienes que llamarme y estaré allí para partirle la cara —afirmó Sun, un afroamericano de ojos grises con casi dos metros de estatura, que siempre la había defendido y había sido ese padre que siempre anheló.

—Claro que te llamaré —exclamó tratando de retener las lágrimas en sus ojos tanto como lo hacía Sun. Se acercó, lo abrazó y le dio un beso—. Los voy a extrañar tanto —suspiró con fuerza—, pero los llamaré todos los días... debo subir al autobús o me quitarán el asiento de la ventana y quiero admirar el camino, saber por dónde voy.

—Te quiero mucho, mi mariposa, mi hermosa mariposa negra —le dijo Sun cariñosamente—. Sube —señaló el bus y le dio la mano para ayudarla a subir los escalones, entonces Engfa se volvió hacía ellos.

—Los llamaré dentro de un rato. —Les hizo saber, ellos asintieron en silencio mientras retenían las lágrimas que quemaban por salir de sus ojos.

Engfa subió al autobús, y como siempre, fue el objetivo de las miradas de la mayoría de los hombres. Poseía una belleza natural que enloquecía al género masculino, con veinte años había rechazado a docenas que le habían ofrecido el cielo, la tierra, y algunos exagerados hasta el paraíso, pero ella sabía que muy pocos estaban a la altura de sus promesas, y quienes cumplían, terminaban creyendo que ella era de su propiedad, pretendiendo que contara con sus autorizaciones hasta para respirar.

Dulces Mentiras, Amargas Verdades ❧ Englot G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora