ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 3

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El ritmo del hip hop acompañaba al sonido de los golpes en las peras y sacos de boxeo, que hacían crujir el cuero como si se lamentasen de recibir la descarga de adrenalina de sus atacantes.

La energía y potencia vibraba en el ambiente. Todos en ese lugar tenían ganas de golpear algo para drenar ese brío que los consumía, y otros tantos para liberar tensión.

Engfa estaba preparada con su uniforme de boxeo, entraba al lugar moviendo los hombros de manera circular y ladeando la cabeza para relajar los músculos y tendones. Causó una lluvia de silbidos, mientras saludaba a los chicos, sonriéndoles y agitando una de sus manos.

—¡Víctor, llegó todo lo tuyo! —Le avisó uno de los hombres a punto de grito al entrenador, quien estaba sobre el cuadrilátero, enseñándole técnicas de defensa personal a un joven con el rostro cubierto de pecas y las cejas rojizas.

Al ver a Engfa, el boricua no pudo mantener el ritmo normal de los latidos de su corazón. Si bien se encontraban alterados por la práctica que llevaba a cabo, divisarla después de varias semanas, haría que lo expulsara por la boca y quedara expuesto sobre la lona.

La estupidez lo calaba y el bronceado en ella, solo provocaba que su enamoramiento aumentara.

—Hola Víctor —saludó, sonriendo con entusiasmo mientras se aferraba a una de las cuerdas.

—¡Qué alegría verte Engfa! Pensé que habías olvidado el camino al gimnasio. —Le reprochó mientras se acercaba. Se puso de cuclillas delante de ella, aun así, Engfa debía elevar la cabeza para poder mirarlo a la cara.

—Estaba de viaje, nunca olvidaría el camino. Necesito entrenarme porque abusé demasiado y preciso quemar caloría, ¿te falta mucho? —preguntó, desviando la mirada al chico que Víctor entrenaba.

—No, ya hemos terminado —respondió Víctor, volviendo medio cuerpo hacia atrás para mirar a quien entrenaba, haciéndole señas con los ojos—. Jake, listo, ya puedes bajar.

El chico, con el rostro salpicado por pecas, se quitó el casco protector y dejó al descubierto su ensortijada cabellera rojiza, producto de una exótica combinación en sus genes, él comprendía perfectamente la fascinación que su entrenador sentía por la hermosa mujer de grandes ojos misteriosos, y aunque no llevara ni cinco minutos en el cuadrilátero, le otorgó el placer a Víctor.

—Te ayudo a subir. —Se ofreció, tendiéndole la mano.

Víctor la haló con fuerza, y en segundos, Engfa estuvo en el rin de boxeo, donde su cuerpo inadvertidamente se estrelló contra el de él en el momento en que la abrazó y le dio un beso en la mejilla.

—Te he extrañado —dijo en un tono que pretendía seducir a la mujer que protagonizaba sus más ardientes sueños.

Engfa lo miró a los ojos y juraba que su semblante le mostraba a Víctor su desconcierto ante la actitud arrebatada de él.

—Yo también, necesitaba mi rutina de ejercicios —Generalizó su respuesta. No iba a permitir que Víctor una vez más se hiciera falsas ilusiones, porque no quería que él mismo terminara haciéndose daño al alimentar un sentimiento al cual definitivamente ella no iba a corresponder. Se dirigió al banquito en la esquina del ring donde se sentó.

Víctor se puso de cuclillas frente a ella, movió la cabeza en una sutil señal para que le extendiera las manos. Engfa lo hizo y él se dio a la tarea de vendarle las manos, empezando por las muñecas para asegurarse de que no sufriera ninguna lesión durante el entrenamiento.

—Te has hecho un nuevo tatuaje, es muy lindo —dijo Engfa mientras observaba el escorpión negro que el chico se había tatuado en el cuello.

—Lo tenía pensado desde hace mucho. Lo hice por un amigo al que le decían Escorpión. Murió hace un par de años —le informó y temió que la repentina acotación de Engfa se debiera a que se lo había pillado fantaseando con sus piernas.

Dulces Mentiras, Amargas Verdades ❧ Englot G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora