CAPÍTULO 3

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Hadassa.

ADAPTACIÓN...

—Es nuestra oportunidad... Ve al agua —escuché un susurro de parte de Séfora, que no esperó que yo girara hacia ella, porque inmediatamente se metió al agua de forma elaborada.

Pude notar que todas supieron de la presencia de ese hombre, pero ninguna de ellas, hizo parecer que lo sabía.

Quité mi pie rápidamente del agua y retrocedí unos pasos negándome a mostrarme como un objeto que debía ser elegido por él.

Yo no quería ser elegida. Quería desaparecer de este lugar, y no volver a verle la cara a ninguna de estas personas.

Me negué a girar de nuevo. No quería ver esos ojos azules ni la risa burlesca que parecía natural en su rostro.

Si estas mujeres querían ganarse un lugar con el demonio, yo no iba a ser un obstáculo en lo absoluto para ellas.

No sé por qué recordé a mi hermano en estos momentos, pero al mirar a este cielo tan azul, solo cerré los ojos pidiendo que estuviera vivo.

Aunque mis esperanzas eran pocas.

—¿Por qué no te has metido al agua? —esa voz fuerte de esa guerrera hizo que mi cuerpo saltara, y sin mirarla, únicamente negué.

—No voy a bañarme...

Pude escuchar su risa, pero no me dio tiempo de nada más, cuando mi cuerpo fue atajando en sus hombros de forma brusca y sin más fui lanzada al río.

Mi velo se cayó en la sacudida, y cuando intenté salir para tomar el aire, todo mi cuerpo quedó escurrido en agua, mientras solo pude mirar furiosa en dirección de esa sonrisa siniestra que me observaba detenidamente.

Quité el cabello de mi cara y luego me agaché dando la espalda para que el agua me cubriera entera.

Solo pude pensar que este vestido mojado sería muy pesado de cargar, y ni siquiera podía imaginar en qué momento iba a secarse.

De un momento a otro sentí un tirón en mi brazo y al ver a la rubia llevarme hasta la orilla de nuevo, supe que esta mujer nunca me dejaría en paz.

En efecto, cuando puse los pies en la tierra, sentí que mi cuerpo pesaba el doble, y antes de que pudiera exigirle aquella mujer alguna cosa, pude notar que ese hombre ya no estaba alrededor.

—¿A dónde vamos? —pregunté con agitación.

—Ya lo sabrás...

Mientras caminaba apresuradamente, giré hacia el río donde quedaron las otras mujeres y la mirada fija de Séfora se clavó en mí sin apartar sus ojos y rodeando su cuerpo con los brazos.

Ella era extraña, pero algo en su mirada, me dijo que no me esperaba nada bueno.

Llegamos cerca de las celdas anteriores, pero a diferencia del día de ayer, esta mujer me metió a una especie de calabozo solitario y me empujó cuando abrió la única puerta que había.

—Quítate la ropa... —mi mandíbula se apretó.

—No voy a hacer tal cosa.

Esta vez la mujer no sonrió, sino que sacó un puñal de su estómago y se acercó a mí con premura.

Pensé que iba a matarme, pero en vez de eso, ella comenzó a rasgar mi vestido con su daga, mientras mis pies se iban hacia atrás con un poco de miedo.

Mis gemidos se agudizaron cuando ella hizo unos cortes superficiales en mis brazos y piernas por la premura y rudeza con la que ejecutó dicho acto, y aunque no quería derramar una lágrima, esta clase de humillación no pude soportarla.

UN REY PERVERSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora