Hadassa.
PESADILLA...
Mis ojos se cerraron ante el estremecimiento burdo que me recorrió entera. Sentí una debilidad impresionante que hizo que me doliera incluso la respiración.
—Abre los ojos... mírame... —su tono fue una orden disfrazada de dulzura, o así estaba creyendo yo que estaba hablándome, y en cuanto volví a posicionar mi mirada en sus ojos, sus dedos fríos y rasposos, vinieron a acariciar mi mandíbula, que a estas alturas estaba temblando.
—Mi agonía comienza cuando tiemblas de esta forma... cuando tus ojos, me piden cosas...
—No... —solté más como una queja y luego sentí cómo su lengua vino a lamer mis labios juntos.
—¿No? —preguntó en un tono alto, y luego lo vi tomar una de las piedras.
Puso el material frío en mi pecho, y con su dedo, hundió la piedra en mi piel haciéndome jadear y soltar un quejido por la presión.
—No te muevas...
Puso cada una de esas piedras sobre mi piel, presionando un poco para que, estás de alguna forma, se quedaran pegadas a mi pecho, muy cerca de mi clavícula. Intenté respirar lentamente y sin moverme, mientras que Rashad me observó detenidamente cuando terminó de colocarlas todas en mi cuerpo.
—Grandioso... —miré su boca cuando lo dijo lentamente, y luego llevé mis ojos a los suyos.
Este era el momento donde había algo en su mirada que quería descifrar. Esta era la esencia que quería descubrir con afán, como si de alguna forma quisiera sacar al hombre que ese demonio tenía en sus manos atado.
—Esto... ¿Para qué es...? —intenté preguntar con un titubeo en mi tono.
—Las obsequiaré a mi amante en esa noche especial... es parte de la ceremonia... —pasé un trago y luego asentí.
El hombre comenzó a quitarlas una a una, y las puso de forma cuidadosa en la piedra de nuevo, para reunirlas en un saquillo de cuero.
—¿Las ganaste a algún pueblo que fue... invadido?
El hombre forjó una sonrisa y luego puso todo su cuerpo frente a mí.
—Lo merecían...
Apreté mis dientes mientras lo vi caminar y luego se detuvo frente a ese altar encendido junto a sus dioses.
—Parece que todos lo merecen en tu cabeza... —Solté sin más, pero él no se inmutó ante mi comentario.
Vi cómo hizo una reverencia con sus manos, y luego restregó su cara. Metió uno de sus dedos en una vasija y luego frotó sus palmas para untar el aceite en su cuerpo.
—Eres una chiquilla caprichosa... nunca podrías entender... —dijo después de un tiempo sin siquiera girarse hacia mí.
—Quiero entender... Yo... —su cuerpo se volteó de forma lenta mientras vi que en su rostro se veía cierta carga.
Y no era para menos, este hombre debía tener miles de muertes en sus hombros.
—Tú, ¿qué? —preguntó eliminando la distancia que había entre nosotros, pero no me tocó una sola hebra de cabello.
Podía sentir su aliento caliente, incluso mi cabeza se fue un poco atrás para poder observar su rostro, y aunque esto no era parte de mi plan, la curiosidad me carcomía por dentro.
—Nadie puede nacer... con tanto odio por dentro... —comencé tratando de parecer calmada—. Todos de alguna forma, en nuestra naturaleza...
Su dedo vino a posar en mi boca haciendo que dejara a mitad de curso mi oración.
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UN REY PERVERSO
RomanceEsclavitud, guerra y el deseo de poseerla, es el menor de sus problemas...