CAPÍTULO 36

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Rashad.

SEGUNDA BATALLA...

Apenas amanecía, pero todos mis hombres estaban preparados con su armamento listo, mientras las compuertas seguían cerradas.

Estaba justo detrás de ellas, apretando mi espada, entretanto, con mi otra mano, sujetaba mi brazo oprimiéndolo un poco. La herida seca en mi brazo era molesta. Y la irritación en mi piel solo era el punto de declive para aumentar mi ansia por salir a eliminar todo lo que se obstruyera en mi paso.

El sonido del hierro y la madera, ya conocido, solo hizo que inhalara bruscamente, para que a mis fosas nasales llegara todo tipo de olor desde el exterior.

Podía divisar un área desierta, pero no por hombres muertos, sino por el silencio desolador que se respiraba.

Me había encargado de dejar los hombres empalados a la vista, porque esto me serviría de bandera para mis enemigos. Solo los soldados babilonios fueron recogidos, y el resto de muertos, estaban esparcidos por todos los lugares donde pusiera mis ojos, mientras las moscas venían a posar en su podredumbre.

Apreté mi mandíbula al ver que no había llegado el primer pelotón enemigo, y monté en mi caballo cuando las compuertas estuvieron abiertas de par en par.

—Siempre recordaremos este escenario... estos muertos serán siempre nuestra visión, de aquellos que se juntaron para destruir unos muros invencibles, y a unos dioses imposibles de vencer... ¡Si hemos de morir en este campo, que así sea...!

Un grito, mayor que el de la primera batalla, invadió mis sentidos, metiéndose en cada rincón de mis entrañas.

Todo el equipo comenzó a desplegarse mientras Faruk volvía a dividir los pelotones para entrar en la estrategia de guerra por segunda vez.

Sin embargo, no pude golpear mi caballo para avanzar, porque algo me decía que debía girar hacia el palacio.

Había sido un error sin duda alguna.

Nadie se equivocaba cuando decían que tenía una mirada de halcón, podía detallar la mirada de Hadassa en mí todo el tiempo. Podía notar como sus dedos apretaban la tela de su velo, y como sus labios, me decían a gritos que estaba llena de pánico.

Por primera vez le envié una mirada de enojo, una cargada de odio por su petición, mientras me resistí en apartar los ojos.

Me jodía la existencia, pensar ahora mismo que, deseaba ir a su lugar y estrecharla contra mi cuerpo diciéndole que no necesitaba a nadie más que a mí mismo. Que detestaba las lágrimas en su mejilla, y que estas fueran derramadas por un maldito traidor.

Odiaba que lo amara. Odiaba que sintiera compasión por él, y abominaba incluso que me pidiera una oportunidad para él.

Sabía su pensamiento en este momento, y junto con eso, le envié una sonrisa casi irónica, demonizada y burlesca, mostrándole la espada en mi puño y la ansiedad que me consumía por cobrar venganza.

Pero antes de que pudiera irme, y dejarla pérdida, fue ella quien me dio la espalda, y se escondió en esa ventana en la que la vi desaparecer.

La ira tuvo dominio en mi cuerpo ante su rechazo, pero no pude tener otra reacción cuando escuché el grito algo agitado de Faruk.

—¡¡¡Rah!!!

Por un momento se me aturdieron los sentidos al escuchar el sonido desbordante del galopar de muchos caballos. Venían en todas las direcciones, delante, a los lados, incluso retrocedí al divisar que también aparecían detrás del palacio donde ya habíamos resguardado desde el primer día.

UN REY PERVERSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora