CAPÍTULO 4

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Hadassa.

ENCUENTRO

El sonido de las llamas consumirse, y una especie de olor perfumado, invadió el lugar y mis sentidos por completo en el momento.

No quería quedarme estática, no quería observar a este hombre más de la cuenta, pero en este punto, no podía dejar de hacerlo.

Él estaba descalzo y podía ver toda su anatomía y complexión.

Solo tenía una especie de falda formada por cadenas de acero y un material grueso como de cuero, que rodeaba sus muslos y caderas, mientras su torso se encontraba tinturado por extrañas formas y dibujos que se extendían hasta sus brazos.

Su cuerpo innegablemente era formidable, alto y grande.

Pero cuando llegué a su rostro, pude detallar como algunas cicatrices débiles resaltaban su expresión malvada.

No quería destacar nada que tuviera que ver con él, pero su apariencia era hermosa, quizás por eso lo tenían como a un dios, y tal vez por esa misma virtud, la gente se sumía a él.

Pasé un trago duro cuando vi que sus piernas se movieron y comenzaron a caminar en mi dirección, entonces giré para dar dos pasos hacia los hombres que me habían traído aquí, pero cuando aparté la mirada, no vi a absolutamente a nadie a mi alrededor.

Éramos solo el demonio y mi persona, y aunque no quería temer, estaba aterrada.

—Parece que quieres intentar a toda costa tu muerte... ¿Cómo te presentas aquí, en esos trapos?

Bajé mi mirada para observar mi vestido sencillo mientras intentaba contener la respiración, y luego cerré mis ojos para tomar fuerzas.

—He entendido que no puedo apresurar mi muerte... —levanté mi cabeza para encontrarme con él deteniéndose a unos metros de mí.

Su ceño se frunció levemente y luego apareció su sonrisa siniestra.

—Qué bueno que ya...

—No... —interrumpí sabiendo lo que iba a decir.

Si él pensaba que me estaba rindiendo, estaba muy equivocado.

—No pretenda que me rindo a usted ni a este reino... mi muerte no está en sus manos... solo en mí... Dios...

Una carcajada larga resonó por todo el lugar y al siguiente segundo, mi cuello fue atajado rudamente por su enorme mano. No estaba apretándolo con sutileza, él realmente estaba descargando su ira en mi piel.

—Nunca más me vuelvas a interrumpir en un discurso, esclava... y mírame... —el hombre agitó mi cuerpo obligándome a que llevara mis manos a su mano para intentar deshacer el agarre—. Yo soy el dueño de tu vida ahora... por mucho que te duela...

De un tirón me soltó y mi cuerpo cayó al suelo tosiendo un poco para recuperar el aire, y en cuanto levanté la cabeza, solo pude notar que el hombre estaba caminando a las brasas tomando una especie de daga en sus manos y colocándola al fuego.

No sé por qué mi cuerpo se estremeció ante la visión, pero algo dentro de mi pecho me hizo imaginar lo que vendría a continuación.

El hombre tomó una especie de frasco diminuto en su mano y luego me observó con precisión.

—Tráiganla... —él dio la orden, y no sé de dónde salieron estos hombres de nuevo, pero yo intenté levantarme rápido para correr, porque nada de lo que ese demonio tenía en su mente iba a pasar con mi consentimiento.

UN REY PERVERSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora