CAPÍTULO 28

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Hadassa.

DOLOR...

Mi pecho se sentía hundido, literalmente mi corazón estaba partido porque estaba intentando asimilar dos cosas importantes ahora.

Mis sentimientos hacia Rashad eran verdaderos, a pesar de que todo en mí lo negara, estaba sumida en él.

Ahora, no quería que pensara que estaba faltando a mi palabra, y en este momento del día, ya debía saber que yo no estaba en el palacio. Por supuesto, lo primero que creería es que escapé, y estaba segura de que después de eso, su ira se desataría buscando a un culpable, y no descansaría en encontrarme y matarme con sus propias manos.

Las lágrimas bajaron por mis ojos ante ese pensamiento, ni siquiera debía pensar en ello, no debía preocuparme sabiendo que Rashad era un desalmado. Pero luego, cuando mis lágrimas tocaron mi labio roto, y el ardor trajo a mi mente la abofeteada que mi hermano me propició, una bandera grande y roja, comenzó a titilar en mis sentidos.

Alcé mis ojos para ver a Alhamar que seguía allí de pie, observándome en silencio, como si esperara algo de mí.

—¿Qué haces aquí aun?

—Partiremos en unos minutos... debemos darnos prisa.

—¿Están huyendo acaso...? —su sonrisa carente de alegría fue peor para estabilidad, así que me puse de pie—. No iré... no seguiré huyendo de nadie más en mi vida, Alhamar... prefiero morir aquí...

—Eso no lo decides tú, Hadassa... tu hermano.

—¡No importa lo que diga Caleb...! Yo... —de un momento a otro, mi hermano irrumpió en la tienda mientras nos miraba a ambos y yo detenía la conversación.

—Es hora de irnos, ahora... —ordenó, pero yo levanté mi barbilla.

—No iré...

—¿Qué? —su rostro volvió a transformarse viniendo rápidamente hacia mí.

—Lo escuchaste bien, no iré...

Caleb soltó un bufido y luego le indicó a Alhamar que tomara mi brazo. En un segundo fui atajada por su mano, pero con toda mi fuerza me resistí y manoteé su palma de forma agresiva.

—¡He dicho que no voy!

—¡Maldita sea, Hadassa! Mi padre ya no está para protegerte... —Caleb se vino a mí como un león, entre tanto mis labios se despegaron controlando un sollozo ante sus palabras.

—¿Qué has dicho? ¿Quién eres? —él no contestó a ninguna de mis preguntas y con toda su fuerza vino a tomar mis brazos con tanta rudeza que la piel me dolió por su crudeza.

Mis pies fueron arrastrados hasta que salimos de la tienda, y para cuando la luz se tornó en mi rostro, parpadeé varias veces intentando tener mejor visión frente a mí.

Había muchos hombres, unos en caballo, y otros armados y con vestimenta de guerra. Mi garganta se secó al ver tal caos por donde pusiera mis ojos, pero los pasos apresurados de Caleb, me impidieron hacer alguna pregunta.

Fui subida a un caballo que fue manejado por él mismo, mientras Alhamar anunció una retirada con una seña, siempre tratando de hacer el menor ruido posible.

La ruda carrera de caballos estaba agobiándome y esa mano de acero que apretaba mi brazo, a estas alturas, ya me asfixiaba.

El calor en el camino fue agobiante, nadie se detuvo para estirar las piernas, ni dejar descansar los animales; sentía la piel tostada por el sol en mi rostro, y me esforzaba por mojar con mi propia saliva la herida seca, que adolecía en la comisura de mis labios.

UN REY PERVERSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora