Prólogo

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Isla de Kesh, Yunan.

El silencio reinaba en la arboleda, fría y oscura, sus altos árboles de hojas verdes eran bañados por los pálidos rayos de la luna, apenas y se escuchaba algún animal merodeando por la maleza. Los parsimoniosos pasos del ser que se abría camino hacia la aldea estaban cargados de decepción.

Se había prometido que sería la última vez que se acercaría a ella. Después de haberlo hecho durante tanto tiempo con la esperanza de que esa vez si fuese aceptado. Si los humanos lo decepcionaban una vez más no lo volvería a intentar.

El lúgubre aspecto de la arboleda era todo lo que conocía y deseaba con tanta fuerza que por fin le abriesen las puertas que delimitaban la aldea del resto del bosque y su cometido al fin estuviese cumplido, pero conocía el probable desenlace de su visita.
Una pequeña y delgada serpiente de escamas azul marino salió de los arbustos y reptó por su pierna. Continuó su camino hasta situarse en su hombro izquierdo y la luz de la luna incidió en ella mientras sus ojos brillaban celestes alrededor de la fina rendija. La criatura no detuvo su andar y la miró de soslayo, interrogante.

—¿Lo vas a intentar de nuevo? —la voz de la serpiente, grave y melodiosa, resonó en la mente de la criatura que ni siquiera se inmutó ante su pregunta.
La criatura se mantuvo en silencio y la serpiente esperó pacientemente su respuesta.
—Esta será la última vez —sentenció tajante.

La serpiente la observó con un indescifrable brillo en sus ojos celestes. Sabía que intentaba disfrazar su tristeza con enojo. La serpiente no dijo más, la luz en sus ojos desapareció y rápidamente bajó de él para perderse en lo verde.

—Esta será la última vez —repitió la criatura con voz queda y llevó su mirada más allá de la salida del bosque.
Ya podía ver a lo lejos las luces naranjas que iluminaban la entrada de la aldea.

***

Era ya muy tarde en la noche y la Aldea de Cepir estaba casi dormida. Algunos vigilantes resguardaban las torres de madera roja en las entradas iluminadas pobremente por dos antorchas.

Uno de los vigilantes de la torre en la entrada norte se estaba quedando dormido de pie, apoyado a su larga lanza mientras su compañero hablaba de algo que el apenas entendía.
Dio un cabezazo y trastabilló hacia delante pero pudo mantener el equilibrio ayudado de su arma. Se percató que su compañero había dejado de hablar.

Llevó una de sus manos a su rostro para frotarse los ojos y los apretó.
—¿Qué sucede, ya piensas darme algo de tranquilidad? —cuestionó disimulando un bostezo.
Pero su compañero no respondió. El vigilante lo miró extrañado, era muy raro verle tan callado. El otro vigía miraba con los ojos abiertos como platos algo en la oscuridad del bosque.
—¿Se puede saber qué te pasa de repente? —interrogó irritado al dirigir la mirada en la misma dirección que su compañero y no encontrar lo que captaba su atención.
Su compañero tragó saliva pues su garganta se había quedado seca.
—Es..es.. —intentó tragar una vez más pero no pudo.
El vigilante entornó los ojos para enfocar y llevó una mano a su frente intentando mirar a lo lejos. Encontró lo que le había quitado el habla a su amigo acercándose lentamente a su aldea.
—Es..él —logró completar a duras penas quien estaba a su lado.

El vigilante abrió los ojos como platos, con rapidez dejó su lanza en una esquina y agarró con ambas manos un cuerno que estaba situado a sus pies. Tomó una amplia bocanada de aire y su sonido se extendió por todo el poblado advirtiendo del peligro que se avecinaba.

La tranquilidad de la aldea se rompió al instante con el resonar del cuerno. Los aldeanos comenzaron a salir de sus casas alarmados y armados con horcas y lanzas, listos para enfrentarse a cualquiera que fuese la amenaza. El ruido de los pasos se adueñó del ambiente, se juntaron rápidamente en la entrada norte y los murmullos comenzaron a extenderse entre la multitud.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora