El único huésped de la posada se quedó a penas una noche, dejando la tercera habitación del pasillo en la segunda planta vacía como el resto. Recién le entregaba la llave a Elia y vagamente le contó por qué se marchaba.
No era la primera vez que iba, de hecho, era un inquilino recurrente durante esas fechas. Alguna clase de herborista que reunía plantas, musgos y hongos de la arboleda con el objetivo de suplir su pequeña tienda de remedios en la capital. Por lo que conocía Elia, la vida en el centro era muy difícil para los de clase baja y este señor había levantado su humilde establecimiento a base de sudor. Él mismo tenía que viajar hasta Osir antes de la temporada de lluvia cada año para reunir lo necesario, pues era en este tiempo que la humedad iba en aumento y los musgos y setas poblaban el bosque.
Normalmente se quedaba poco más de una semana, pero esa vez no duró ni dos noches. Estuvo presente en...la ejecución frente a la posada el día anterior y eso debió de ser suficiente para ahuyentarlo. Aunque, según él ya tenía todo lo necesario. La pequeña mentira tambaleaba con la peste a pavor que salía por su boca.
Elia le dedicó una honesta sonrisa y lo despidió esperando que regresase el año próximo. Por el rostro del hombre no parecía que iba a ser así.
Se intercambió en la entrada con un barrigón conocido y sus andares fueron suficiente para iluminar el gesto de Elia.
—Oo, ¿qué te trae por aquí? —saludó la posadera.
—Jefa —devolvió el mercader inclinando ligeramente el rostro, mostrando respeto —. Venía a ver a Aiacos y, con algo de suerte a Alania.
Elia fingió estar decepcionada. —Y yo qué pensaba que venías a probar un poco de mi malta especial. He mejorado la receta estos últimos meses.
—Bueno. No me voy a negar a eso.
Elia soltó una risita y le indicó con la cabeza para que mirase al fondo del salón. —Hoy es tu día.
Oosai siguió la dirección y encontró a las personas que buscaba, sentadas en la misma mesa. Arqueó las comisuras de su boca en un gesto, como si hubiese obtenido un dos por uno en una oferta.
—Ahora me acerco y te llevo algo de beber para que los acompañes —dijo Elia mientras agarraba una jarra.
—¿Lurelumina? —inquirió Alania ojiplática.
Aiacos asintió en corto. —Justo a la derecha desde el claro descubierto al norte del límite. Su olor te hipnotiza mucho antes.
—Igual no tenía pensado aventurarme mucho por allí, pero es bueno saberlo —Alania cruzó los dedos sobre la mesa mientras parecía desenrollar un nudo en su garganta —. Fue lo que papá usó para el funeral de mamá, ¿no es así?
La nostalgia le atravesó el pecho, afilada como un puñal. Alania pocas veces hablaba de su madre, pues se sentía culpable por no haber estado presente ni la noche que se desplomó sin razón alguna, ni durante su entierro. Se había ido de caza para demostrarle a su padre que ella sería mejor que su hijo varón.
No sentía ningún remordimiento hacia ella por esto. Aiacos no debía tener más de ocho años cuándo sucedió y Alania sólo era cuatro mayores que él. A pesar de ser tan joven, su hermana tenía un talento prodigioso en cuanto a la cacería y su terco padre se negaba a que siguiese el camino que tenía previsto para Aiacos. No había a quién culpar, nadie esperaba que una mujer tan sana y llena de vida se marchase tan repentinamente.
Aún podía recordar cómo se le destrozó el mundo a su hermana cuando apareció tres días más tarde y recibió la noticia. Luego de eso su fervor por la caza solo fue en aumento, quizás para justificar que no estuviese ese día.
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El Dios de la Arboleda #premiosadam2024 / #PGP2024
Fantasy"Incluso cuando tú no estés, yo seguiré aquí. Los mantendré con vida dentro de mis recuerdos, para siempre". En lo más profundo de la arboleda, donde los dioses caminan entre mortales y la oscuridad oculta secretos insondables, los doce cazadores m...