—¿A qué ha venido eso? —cuestionó Alania irritada. Aiacos la había metido dentro de la posada casi a la fuerza. Apartó de un tirón el brazo que Aiacos le sujetaba —. ¿Me puedes explicar que rayos hacen los adeptos aquí como si nada?
Aiacos miró por encima del hombro: La multitud fuera ya se había disuelto y los adeptos ya se habían marchado.
—Llevas meses sin aparecer por la aldea —comenzó Aiacos devolviendo la atención a su hermana —. No has pasado ni un día aquí y ya estás causando problemas.
—Ya, pero es que esta situación...
—¡No tienes ni idea de lo que está sucediendo! —bramó Aiacos agotado de paciencia —. No recuerdo que lo que sea que sucediese en Cepir te importase una mierda. La próxima vez piensa un poco antes de estar a punto de comenzar una puta guerra civil.
Más bien, una masacre.
Alania torció el gesto como si Aiacos le hubiese dado a probar del veneno más amargo: La verdad. Su hermana no era conocida precisamente por su bien portar en la aldea. Estaba más que sabido que no tenía lazos allí con nadie ni nada. Ni siquiera tenía compañeros. Su coto lo tenía al sur de la arboleda y cazaba todo el tiempo sola.
—No te preocupes. Me habré marchado antes de que te des cuenta —espetó Alania. Cruzó por su lado sin dirigirle la mirada —. Sé muy bien que no soy bienvenida aquí, pero no te veo echando a los adeptos a patadas como a mí.
Alania salió por la puerta antes de que Aiacos pudiese pensar en algo que responderle, aunque se quedó con las ganas.
Suspiró exasperado. No podía lidiar con ella en ese momento, pero no dudaba que volviese a aparecer en corto.
El animal, si podía llamársele así, que trajo consigo Alania se quedó acostado fuera de la posada con el cuello enroscado sobre la tierra. No parecía importarle en lo más mínimo que su dueña se hubiese ido. Era bastante peculiar, las patas a diferencia del cuello no eran tan largas. No podía ver más pues solo sobresalía un poco de la entrada.
Aiacos se devolvió hasta su esposa que se había colocado detrás de la barra y parecía esperar su mirada. Relajó el gesto. Por la ceja enarcada de Elia supo que se había pasado un poco con su hermana. Iba a intentar hablar con ella más tarde.
Oosai que también esperaba por él, aprovechó para dejarles el barril de la mejor cerveza de Zmia que había llevado para Oleg. Lo bajó de la carreta sin esfuerzo para luego marcharse. Lamentó no haber podido hablar con Alania.
Se le formó un nudo en la garganta a Aiacos, su amigo era un fanático de la bebida. Y él también, aunque no había bebido mucho últimamente. No es que tuviese con quién y hacerlo solo lo consideraba un poco aburrido.
***
Mana había atravesado el portón norte cuando las antorchas ya estaban encendidas. Umar y Fazrur no sabían que estaba fuera y le dijeron que parecía enamorada del peligro. Por todo lo ocurrido, cualquiera podía pensar que jamás iba a volver allí. Era en efecto,... contradictorio.
Sin embargo, por su cabeza ahora no pasaba ningún lugar mejor en el que pasar su tiempo. Estaba demasiado animada y su corazón latía nervioso a la par que su estómago se revolvía. Tenía un sabor exquisito en la boca, como cuando bebía la malta que preparaba su madre y se quedaba con ganas de más.
Sintió un pequeño pinchazo, incómodo como una insignificante astilla clavada tan profundo que era imposible sacarla, al recordar a quién era aún más fanático que ella a dicha bebida. No la desanimó.
No había forma de describir la sensación que le dejó descubrir que semejante lugar existía en el más oscuro y tenebroso bosque de la arboleda. Ese roble era hermoso y las luciérnagas brillaban de un tono azul tan brillante que no podías distinguirlas, haciéndolas parecer como lucecitas mágicas.

ESTÁS LEYENDO
El Dios de la Arboleda #premiosadam2024 / #PGP2024
Fantasia"Incluso cuando tú no estés, yo seguiré aquí. Los mantendré con vida dentro de mis recuerdos, para siempre". En lo más profundo de la arboleda, donde los dioses caminan entre mortales y la oscuridad oculta secretos insondables, los doce cazadores m...