Capítulo 14: ¿Un alivio momentáneo? || Parte 2

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La posada estaba más tranquila esa mañana producto a un nuevo grupo de puestos que se establecieron en el mercadillo. Estos atrajeron la atención de una buena parte de la aldea. Los mercaderes originales de la aldea estaban regresando de sus viajes y traían artículos raros para vender. Cosas que no podrías encontrar en la Región de Osir. Eso solo era una señal más de que el invierno se acercaba.

Aunque fuese malo para el negocio, agradeció la falta de asistencia. Si continuaba a esa marcha no iba a aguantar mucho más. Se apoyó a la barra mientras cogía aire para recuperarse un poco.

—Te pagamos —dijo un grupo de tres hombres cuando se acercaron a la barra. Le llevaron las jarras y platos que utilizaron. Un gesto que Elia agradeció enormemente.

—Muchas gracias, Rosem —era uno de los más habituales clientes. No faltaba ni, aunque un desprendimiento de rocas desde la cordillera arrasase la aldea —. Son siete monedas de cobre por cabeza. Dejémoslo en quince en total.

—Si sigues así no dejaremos de venir —chistó uno de los hombres.

—Esa es la intención —confesó Elia con su característica sonrisa dulce. No la borraba siquiera bajo el tremendo estrés del trabajo.

—Hace algo de tiempo que no veo a Mana —dijo Rosem desenganchando una bolsita de tela de su cinturón —. Menuda paliza te estamos pegando.

—Está acampando con Igro cerca del Lago Verde. Pensé que le vendría bien el tiempo libre. No ha parado desde hace meses. —No mintió. No del todo. Solo omitió parte de la verdad.

—No sé cómo tienen el valor. Después de todo lo que ha sucedido. Los adeptos harán algo útil si se deshacen de la criatura.

—Pero qué tonterías dices. Anda vámonos que ya has bebido demasiado —regañó Rosem —. Mientras Aiacos siga por aquí no harán lo que les dé la gana.

—Deja lo que sobre de propina —dijo el último de los tres. Todos se marcharon.

Elia les despidió con la mano hasta que salieron del establecimiento. Bajó la mirada para recoger las monedas. Sacudió la cabeza, divertida. Le habían dejado diez piezas de cobre de más. Deslizó las monedas con una mano y cayeron en la otra. Las metió en uno de los bolsillos de su delantal negro para guardarlas después.

Suspiró con pesar. Casi borró su sonrisa cuando mencionó a los adeptos. Era como una plaga, poco a poco más personas los iban aceptando. Algo que era impensable tiempo atrás. Todo lo de la noche de la cacería revolvió los principios de hasta los más radicales.

Instantes después, Aiacos apareció en la entrada. No tenía buena cara.

—¿Todo bien? —se preocupó Elia de darle un mero vistazo.

—Sí. No es nada. Un comentario me ha sentado mal en el mercadillo.

—¿Los adeptos? —adivinó Elia. ¿Qué más podía ser? Era todo de lo que se hablaba.

Aiacos asintió. —¿Cómo lo haces?

Elia frunció el ceño y se llevó el dedo índice a las dos líneas que se formaron sobre el puente de su nariz. Como si se estuviese concentrando. —No sé si sabías que puedo leer tu mente.

Su esposo bufó. Rodeó su cintura y la llevó hacia él de un movimiento. —Ah sí. ¿Qué estoy pensando ahora? —dijo, siguiéndole el juego.

Entrecerró los ojos. Hizo un ruidito con la boca fingiendo pensarlo demasiado. Relajó el gesto. Puso ambas manos sobre los hombros de Aiacos. Le dio un tierno beso. Alejó el rostro, expectante a si había acertado.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora