Capítulo 7: ¿Su madre? || Parte 2

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Pasaron un par de días, y no volvieron a tocar el tema. Mana observaba, cruzada de brazos desde los pies de las escaleras que daban al segundo piso, como su padre se alistaba para salir a la arboleda. Elia le "convenció" de no ir hasta que estuviese un poco mejor. Su última aventura en el bosque le provocó un poco de fiebre y ardor en la herida del pecho. Pero su amenaza de: "cómo te levantes de esa cama, la herida que te haré yo hará ver la que tienes en el pecho como un arañazo de gato", no funcionó más.

Mana frunció el ceño. Era inevitable que se preocupase, pero esta vez era diferente. No regresaría para asesinar o cazar. Por muy pequeña que fuese la posibilidad de que alguien de su grupo estuviese vivo, tenía que descubrirlo.

Sabía perfectamente que se despertaba en medio de la noche entre sudores. La noche anterior pudo escuchar como bajó a por agua. Las pesadillas lo atormentarían hasta que supiese la verdad. Ella también albergaba la esperanza de que Hendrik, Eric y Galos estuviesen vivos.

Elia le tendió su espada y Aiacos la recibió. La guardó en la funda de su espalda y se acomodó una bolsa de cuero en el hombro. Se encontraba mucho mejor, aunque no como para dar brinquitos. Tenía que ser suficiente.

—¿No has hablado con Igro? —cuestionó Elia —. De seguro iría contigo.

Aiacos negó con la cabeza. —No se ha querido apartar de la tumba de Inari. Intenté hablar con él, pero le va a tomar algo de tiempo asimilarlo.

El gesto de Elia dibujó una triste expresión.

Aiacos la entendía. Igro era prácticamente familia. Colocó ambos brazos sobre sus redondeados hombros. —No te preocupes. Intentaré hablar con él de nuevo —alivió Aiacos.

Deslizó una de sus manos hasta su barbilla y la elevó ligeramente para posar sus labios sobre los de ella. El beso no duró más de un instante, pero fue lo intenso suficiente como para asegurarle que nada lo alejaría de su perfecta y hermosa esposa.

Sonrió y llevó la vista hasta Mana. Su mirada estaba entintada de preocupación. Un instante después se endureció con un brillo feroz en sus ojos turquesas.

Aiacos arqueó ligeramente las cejas. No esperaba ver esa mirada de nuevo. Al menos no dirigida hacia él. Lo llenaban de una energía única que solo había sentido un par de veces en toda su vida. Cada vez que sus ojos le gritaban: "Eres todo mi mundo, padre, no se te ocurra dejarme".

—Ten cuidado —alentó Mana curvando sus labios hacia arriba en un gesto un tanto forzado.

Aiacos asintió, firme. Detectó algo de titubeo en el rostro de Mana cuando sonrió, pero no iba a despreciar el esfuerzo que hizo su hija por apoyarle. Se marchó tranquilo.

Elia se llevó una mano al pecho. —No está listo aún. Es muy cabezota —regañó con una sonrisa.

Mana no pudo contener la risa y se le escapó una carcajada. Elia que se devolvió para verla se cruzó de brazos.

—¿Ahora estás de acuerdo? —acusó Elia con media sonrisa pícara.

—No me malinterpretes. Nunca estaré de acuerdo con algo que haga él —dijo Mana desviando la mirada fingiendo indignación —. Pero si hay una posibilidad de que Hendrik, Eric y Galos estuviesen vivos, a mí también me gustaría saberlo.

Elia dejó escapar aire de su pecho. Tenía razón. Cada uno de ellos fue parte de su infancia y entendía a la perfección que no hubiese detenido a Aiacos de buscarlos. Pero eso no era todo. Elia entornó los ojos. Desde hacía un par de noches que no discutían tanto. Y por tanto se refería cada vez que se veían. ¿Qué se traían entre manos?

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora