Capítulo 15: ¿Cielo despejado o nublado? || Parte 2

3 1 0
                                    

Media mañana. Eso es lo que le había tomado a Aiacos encontrar un rastro que valiese la pena. Su "presa" era muy buena borrando sus migajas en el suelo. Se había agachado para observar un par de hojas que parecían ligeramente más dañadas que el resto. Normalmente no se hubiese andado con tanta fijación, pero para hallarle eso era lo que requería.

No sirvió de nada. No había nada que indicase que había pasado por allí. No había huellas ni nada relevante. Se estaba poniendo interesante.

Dibujó una pequeña sonrisa. Se puso en pie y continuó andando.

No podía negar que era algo que echaba en menos. El bosque y la caza habían sido sus manos derecha e izquierda toda su vida. Durante ese mes no hizo mucho por cazar, excepto lo necesario para vivir. Nada que hubiese representado un desafío, pero en cierta parte lo aliviaba. Aunque lo extrañaba, se había dado cuenta que no lo necesitaba. El tiempo que pasaba ahora con Elia y Mana sin duda alguna lo compensaba.

No reconocía esa zona del bosque. Nunca se había adentrado tanto. Siguió algunos indicios que quizás lo llevaron por el buen camino. Las hojas en el suelo estaban más secas y era casi imposible andar sin hacer ruido. Era curioso.

Miró arriba. Las hojas en los árboles aún estaban verdes y no parecían haber menos. No era algo nuevo, pues todos los años era igual. Normalmente cuando pasaba el verano la naturaleza tenía que pasar a la siguiente fase: marchitarse. Pero no era el caso de la arboleda. En todos los años que había vivido allí, jamás el verde se fue. Casi parecía un bosque eterno.

Los árboles allí no diferían mucho del resto del bosque oscuro, toscos y vastos. Las raíces que surcaban la tierra de un lado a otro era el terreno común allí. Las hojas en el suelo indicaban que en efecto se estaban marchitando, pero las que aún estaban en los árboles contradecían esto.

Entrecerró los ojos.

A su izquierda el sendero de hojas dejaba lapsos demasiado antinaturales entre una y otra. Casi parecía provocado adrede para poder andar por allí sin hacer ruido. Era algo descuidado, nada que la persona que buscaba habría hecho sin un buen motivo. Una trampa quizás.

Aiacos sonrió satisfecho.

Era un truco bastante sutil, si no lo hubiese conocido bien no hubiese tenido forma de saber que iba directo a una trampa siguiendo esa dirección. Daba igual.

*Juguemos entonces* Pensó Aiacos mientras caminó directo hacia la trampa.

El rastro falso continuaba varios metros. Tuvo que frenar por una raíz, pero adivina qué: el mismo patrón estaba al otro lado. Caza tontos. No habría cazador que se respete que cayese en algo así, pero el orquestador no estaba interesado en humanos. Eso le daba más sentido.

Se detuvo. No había salida. Por delante tenía una pared rocosa. A no ser que hubiese una puerta secreta en la roca era estúpido pensar que un humano hubiese escalado esa pared. No había suficientes puntos de agarre para siquiera pensárselo. ¿Era imposible? No. Eso era lo que quería que pensase su víctima.

Escrutó la pared hasta la cima.

Ese era su objetivo. Su presa se ponía a escalar y a mitad del camino él salía de alguna zona en los arbustos tras él o en las altas raíces a su derecha. Desde esos dos lugares era de donde mejor iba a tener un disparo certero. Estaba bien pensado, pero hasta una criatura con medio cerebro lo podía haber averiguado.

Aiacos resopló, divertido. —Detrás sería demasiado obvio. Sobre las raíces tendría mejor visibilidad —murmuró en voz baja, meditando —. Eso pensaría cualquiera, pero...

A toda velocidad sacó una flecha del carcaj en su espalda a la vez que se daba la vuelta hacia atrás de un giro. Tensó su arco en dirección a los arbustos.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora