Mana había acompañado a su tía hasta la posada para luego dirigirse hacia la arboleda. Freya la rozaba casi sin dejarle margen para andar, meciendo la cola de un lado a otro.
La loba huargo le dio un empujoncito y Mana bajó la vista a la derecha. Freya insistió en ir con ella y, a pesar de haberse negado en un principio, terminó aceptando. Era imposible rechazarla cuando le hizo ese ruidito triste para convencerla y sus ojos dorados casi se empañaron. Era una maestra del chantaje emocional.
A diferencia de Ares, que prefirió quedarse tumbado exactamente en el lugar que Alania lo había dejado el día anterior. Se comió con extrema pereza los tallos que Alania le dio para luego volver a dormir.
Su tía también pensó que era buena idea, pues hacía mucho tiempo que no la llevaba al bosque. Le iba a venir bien un paseo por la naturaleza. Que, por cierto, cada vez se adecuaba más a la inminente temporada de lluvias. Las hojas se marchitaban y caían, sin despoblar las ramas de los frondosos árboles como si hubiera otra lista para suplantarlas, cubriendo el suelo de una alfombra crujiente y melancólica. El aire se cargaba con humedad y las aves se volvían más activas, intensificando sus cantos.
Al final logró que su tía fuese a hablar con el cabeza hueca. Producto a que se extendieron un poco mientras se ponían al día, se había retrasado en llegar al Lago Verde. El sol indicaba que era algo más de mediodía.
Sus nervios aumentaban mientras un frescor puro invadía sus pulmones. Salió de entre los árboles y el campo de hierbas a orillas del lago la recibió con un suave batir.
Pensaba que después de lo del día anterior no iba a aparecer. No podía culparlo. Se había pasado de la raya con ese tonto, pero honesto comentario. Las preocupaciones se desaparecieron, como llevados por la fuerte brisa que apartó los mechones dorados en su rostro, en cuanto lo divisó al otro lado recostado a un árbol.
Las comisuras de sus labios vacilaron antes de arquearse hacia arriba. Sus ojos no daban crédito: La estaba esperando. Los latidos de su corazón se descontrolaron como el galope de un corcel fugitivo.
Su estómago se retorcía mientras sus piernas se movían hacia él, como atraída por una extraña fuerza. El mundo desapareció a su alrededor y solo veía la distancia que los separaba, cada vez más corta.
No se había dado cuenta que había dejado de respirar hasta que Freya entró en su campo visual, varios metros adelante. Soltó el aire de golpe y lo intercambió con espanto. Se quedó ojiplática.
La loba blanca avanzaba a una velocidad alarmante hacia...él.
—¡Freya! —gritó horrorizada Mana, para luego correr como el diablo tras ella.
No se detenía y no podía ni siquiera imaginar qué sucedería cuándo llegase hasta el dios. No recordaba que Freya fuese así de impulsiva. Era astuta, observadora y... una traidora.
Normalizó el paso y jadeó por el esfuerzo. Una mezcla de alivio e incredulidad arqueó sus cejas mientras se recuperaba de la carrerilla.
El dios se había arrodillado y Freya se estrujaba con él para que la acariciase. A Mana se le descompuso el corazón. Tuvo que llevarse una mano al pecho para no sucumbir de ternura con semejante imagen de la deidad.
Intentó capturar el momento a detalle. La suavidad con la que pasaba sus garras sobre su peluda cabeza contrastaba a la perfección con la peligrosa naturaleza del dios. Freya había echado las orejas hacia atrás en un gesto que solo le había dedicado a Alania o a ella. Simplemente adorable... e irónico, que dos criaturas mortales fuesen tan... puras.
Freya parecía encantada con sus mimos. Eso pensó Mana cuando llegó hasta ellos. Por el contrario del dios, cuyo rostro no mostraba emoción alguna. Una estatua hubiese sido más expresiva. Aunque, parecía disfrutarlo también.
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El Dios de la Arboleda #premiosadam2024 / #PGP2024
Fantasy"Incluso cuando tú no estés, yo seguiré aquí. Los mantendré con vida dentro de mis recuerdos, para siempre". En lo más profundo de la arboleda, donde los dioses caminan entre mortales y la oscuridad oculta secretos insondables, los doce cazadores m...