Capítulo 6: ¿Acaso la muerte es piadosa? || Parte 1

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—No creo que aún sea buen momento —insistió Elia.

Aiacos estaba preparando su equipo para dirigirse a la arboleda. Ya había perdido la cuenta de las veces que Elia le dijo que no era buen momento. Apenas era la mañana siguiente luego de anunciar en la posada el desastroso resultado de la noche de la cacería, pero ya no podía esperar más. Sus heridas estaban lejos de curarse, sin embargo, estaba lo suficientemente bien como para buscar al resto de su grupo.

—Hendrik, Eric y Galos pueden seguir ahí fuera —dijo mientras revisaba la cuerda de su arco. Producto a la batalla terminó rota, pero Levanor le hizo el favor de reparárselo. Era bastante bueno con esas cosas —. No puedo dejarlos a su suerte.

Elia suspiró y cruzó los brazos. Las probabilidades de que estuviesen con vida eran casi nulas, nadie había sobrevivido tanto tiempo en el bosque oscuro.

Aiacos cargaba en sus hombros la pesada responsabilidad de saber si estaban vivos, o no. Al menos tenía que encontrar sus cuerpos y llevarlos a casa, con sus familias.

Elia negó con la cabeza varias veces mientras se le acercaba. Él ya había terminado de llenar su bolso de tela con todo lo necesario y comenzó a colgarlo con dificultad sobre uno de sus hombros, en diagonal. Elia le ayudó a acomodarlo y frunció el ceño.

Le dio un vistazo rápido a la habitación buscando algo. Pasando la mirada por la bañera de madera a la izquierda de la cama, suficientemente grande como para que cupiesen dos personas. Más allá solo había una ventana desde donde se podía ver la calle que llevaba desde la entrada norte de la aldea hasta la plaza. Luego a su derecha donde estaba un sencillo escritorio, allí Elia solía llevar las cuentas de la posada.

Por más que miraba en cada rincón no la encontraba —¿Dónde está tu espada?

Aiacos abrió los ojos como platos al darse cuenta.

—Creo que la he perdido en el bosque —concluyó, recordando que luego de que el dios lo golpease y mandase a volar, se arrancó la espada de la pierna y le arrojó en alguna parte.

—Tu padre se enojaría mucho si se enterase que la has perdido —dijo Elia divertida ajustando las correas de la vestimenta de su esposo ——Será mejor que la recuperes.

Aiacos no solía ir con mucho equipamiento, le gustaba moverse ligero. Apenas unos pantalones de cuero marrón y una camisa de tela manga larga del mismo color, recogida hasta donde comenzaban sus muñequeras. Las vendas se podían ver en su pecho a través de la abertura de su camisa, adornado por el relicario de plata que colgaba de su cuello.

Elia sonrió al verlo y lo agarró delicadamente con los dedos, siempre lo llevaba consigo. Era un recuerdo de lo más preciado que tenía.

Aiacos rodeó su mano con total suavidad, como si temiese que se rompiese. —Mi padre se reiría de mí si supiese que he logrado que todo mi grupo fuese...—se detuvo cuando sintió como se enredaba un nudo en su garganta y bajó el cabeza apenado.

—Ellos decidieron ir contigo por voluntad propia. No habrán vuelto con vida, pero tú puedes honrar sus muertes. —Un par de mechones rubios cayeron de un lado de su rostro y Elia los pasó detrás de su oído para luego deslizar los dedos por su corta barba hasta llegar a su mentón. Le alzó la barbilla para encontrarse con sus ojos turquesas y ver como una profunda melancolía se movía en ellos —. Tráelos a casa.

Aiacos dibujó media sonrisa —Pensé que te oponías a que fuera.

—Nunca dije que estuviese de acuerdo —recalcó Elia endureciendo el rostro por un instante —. Pero intentar detenerte es más difícil que animarte. —Sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora