Capítulo 12: ¿Los árboles tienen nombre? || Parte 1

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Agradable. Así se sentía la suave brisa mañanera sobre su rostro. Lejos de la frialdad de la noche, el sol la arropaba con calidez. Los rayos de luz que se filtraban entre el enramado le pedían que se despertase de una vez. Pero estaba muy cómoda acurrucada a... lo que sea que estuviese acurrucada. Por más que intentaba agarrarlo se deshacía en entre sus brazos.

El suelo era algo duro, pero no se quejó. Escuchó las hojas de los árboles bailar con el viento. Era reparador. La tierra y el bosque eran sus más fieles aliados después de la terrible... traición.

Entreabrió los ojos.

No quería siquiera imaginar que debió pasar por su cabeza para hacer algo así. Todo parecía una cruel pesadilla, pero había sido muy real. Como un destello la imagen de sus ojos grisáceos revivió en su memoria. Tan ciegos. Tan vivos y a la vez muertos. Nunca pensó que fuese capaz de albergar semejante furia en su interior. Tal vez no lo conocía del todo.

Suspiró. Cerró los ojos. Se volvió a refugiar en el abrazo de la naturaleza. Su corazón no estaba roto, sino vacío. Igro le dejó un hueco en el pecho donde debería estar todo lo que sentía por él. Desapareció. O quizás nunca existió. Se encogió, buscando un santuario de esperanza en lo más profundo de su ser. No iba a llorar. No quería llorar. Un par de lágrimas cayeron.

—La sanación no es mi fuerte.

Mana abrió los ojos de golpe. Se sentó de un tirón. Todo su cuerpo se estremeció cuando su cabeza golpeó algo encima de ella. Se frotó la coronilla con una mano mientras llevaba su atención al culpable de su arrebato. Desde donde estaba pudo ver un par de piernas y una larga cola cubiertas de escamas azules.

Su corazón dio un vuelco. Eso sí pensó que lo había soñado. Un cazador la había rescatado, de eso se había convencido. No podía ser real que, por segunda vez, la hubiese salvado.

Llevó su atención hacia arriba. Estaba metida en un agujero en el tronco de un árbol, sobre un colchón de hojas otoñales. Casi como un nido. La madriguera era suficientemente grande para que cupiese acostada. De milagro no salió sangre, del sobresalto casi se destroza el cráneo. El dolor se había aliviado un poco cuando devolvió la vista al dios.

Gateó hasta salir de su refugio temporal. Dormir debajo de un árbol fue por mucho, mejor de lo que imaginaba. Se incorporó sobre sus pies. El sol arrugó su gesto y tuvo que cubrir sus ojos con una mano hasta que se acostumbraron.

Se quedó sin aliento. Sentado sobre unas raíces la miraba, con una ceja enarcada y los brazos cruzados, una musculada criatura. El largo taparrabos que caía entre sus duros muslos era lo único que se interponía entre su mirada y el gigantesco bulto.

*Dioses* Su garganta se quedó seca. Era exquisito. Cada parte de su cuerpo desnudo era una llamada al pecado. Todo lo peligroso en él sólo lo hacía más sexy; las afiladas protuberancias que salían de sus codos, la gruesa cola que azotaba con delicadeza la tierra bajo la raíz y esas escamas azul marino.

Sintió la penetrante mirada del dios sobre ella. Subió la vista con las mejillas ardiendo. Tragó saliva. Lo más hermoso que había visto en toda su vida estaba en la criatura más peligrosa de toda la arboleda. Esos brillantes ojos azules que no podía arrancar de sus pensamientos.

—Alguien más te ha curado —su dura voz la devolvió a Yunan. Bajó la vista. Tenía varias hojas verdes en distintas partes de su cuerpo. En los brazos. Podía sentirlas en sus muslos. Su rostro ardió. El dios frunció el ceño —. No haré mucho más por ti. Eliminé a la teje-susurros por un asunto personal, no me debes nada. Márchate.

El dios se puso en pie y sin más que decir comenzó a andar.

De espaldas no era menos que de frente. Mana sacudió la cabeza.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora