Capítulo 4: ¿Remordimientos? || Parte 1

5 3 0
                                    

Rilas contemplaba estupefacto. Se puso en pie como pudo mientras recataba a Igro, destrozado e inundado en sollozos mientras su cuerpo se estremecía. Escrutó a sus alrededores en pánico.

—Lo siento mucho Igro, pero debemos irnos, no podemos quedarnos aquí. —Y tenía razón, aún estaban en el bosque oscuro.

Igro no le escuchó. Solo podía oírse a sí mismo, patético. No fue capaz de ayudarle cuando más lo necesitaba. De nada habían servido todos esos años siendo cazador. Lamentable.

Una tormenta de sentimientos lo cubría, culpabilidad, frustración y tristeza. Cada uno de ellos se inflaba en su pecho, dejándole sin aliento. No había forma de librase de esa burbuja sofocante.

Y entonces reventó.

—Por favor, no me hagas daño...hermano, ayúdame —la voz distante de un chico suplicaba por ayuda desde la oscuridad.

Rilas buscaba nervioso de dónde provenía la voz.

Igro pasó el dorso de su mano para limpiarse las lágrimas del rostro. Apretó los dientes. ¿Qué clase de alimaña asquerosa intentaba burlarse de él? Era la voz de su hermano. La reconocería perfectamente en cualquier parte, incluso desde el fondo del mar de desesperación donde se estaba ahogando.

Una vez más se escucharon las mismas palabras, y otra vez. Tirando de él como una cuerda hacia la superficie, donde solo había rabia. Remplazando cualquier otra emoción al instante.

—Muéstrate alimaña, no te perdonaré lo que has hecho —escupió iracundo.

Rilas era la imagen perfecta de la confusión, no entendía nada.

Una risa macabra bufó, arrancando el peso en las piernas de Rilas que huyó a toda velocidad sin mirar atrás. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras se alejaba sin rumbo.

La risa se intensificó. —Patético. 

Igro movía las órbitas de un lado a otro buscando hasta el más mínimo movimiento en las sombras. No tenía caso, la voz rebotaba en los árboles impidiéndole ubicarla con exactitud. Se puso en pie y desenvainó su espada rota. Giraba hacia un lado y otro donde se movían los arbustos. Era rápida.

—¿Sabes por qué dejé solo su cabeza? --preguntó la voz pescando un elogio. Igro dio la vuelta de un giro, poniendo la espada frente a él con ambas manos.

—Adoro todas las expresiones humanas, pero hay una en particular que es mi favorita. La que se les queda cuando los estoy devorando vivos —burló y su risa hizo burbujear la ira dentro de Igro, amenazando con hervir sus entrañas.

Deseaba que asomase su asquerosa cabeza, para rebanarla de un solo corte. Sus carcajadas comenzaron a oírse distantes, se estaba alejando.

—Regresa, da la cara. No descansaré nunca hasta abrirte en canal. ¿Me oíste? ¡Nunca! —amenazó gritando cada palabra a todo pulmón.

Solo se reía más, hasta que desapareció por completo.

Igro respiraba acelerado al borde de perder los dientes de tanto que los apretaba. Clavó su espada en la tierra de un movimiento frustrado y un rugido que resonó en la oscuridad de la noche. Se había escapado.

De nuevo silencio.

Rilas había huido en dirección a la salida, hizo lo correcto. Aunque quizás no debió haberlo hecho solo.

Igro se puso en pie dejando su espada clavada en el suelo. Se dirigió de nuevo junto a su hermano y se dejó caer de rodillas frente a él.

La desesperación lo agarraba del cuello, asfixiándole. Las lágrimas cayeron incesantes mientras intentaba asimilar que su hermano estaba muerto. Murió en agonía, con miedo, y solo.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora