Casi una hora más tarde ya estaban casi de regreso en Cepir. Había tomado más tiempo la vuelta porque el paso al que iba la carreta era más lento.
—Así que mi esposa —comentó Oosai con media sonrisa subiendo y bajando por los baches del camino —. Siempre has sido muy sutil con tus advertencias.
Aiacos se encogió de hombros. —No podía ser más claro.
La esposa del mercader, así como su hija se trasladaron a Zmia unos meses atrás. Fue la señal más adecuada para que supiese que debían apresurarse. Aiacos no se olía nada bueno desde la mañana, y al parecer no se equivocó. Había alguien observando la reunión en el cruce. Pudo haber sido su imaginación, pero prefería no tomarse nada a la ligera.
—Parece una eternidad desde que lo vi —exageró Oosai. Solo había pasado algo más de un mes. Aunque la verdad si era sorprendente.
Aiacos tampoco lo había apreciado mucho, pues casi siempre salía por el norte.
El portón de la entrada este, la principal, hacía ver los otros dos al norte y al sur diminutos. Este era colosal, con puertas tan grandes que casi llegaban al nivel de las dos torres a sus lados. Igualmente eran casi solo para embellecer la entrada, pues lo que verdaderamente cerraba el paso era la verja de hierro sobre ellos mientras pasaban el alto arco tras el portón. Tenía sentido. Si una amenaza atacase de repente mover esas puertas tomaría demasiado tiempo, para eso estaba la reja.
—¿Asaltantes? —preguntó Oosai intentando adivinar el motivo de su mentira.
Aiacos negó con la cabeza. Su caballo iba al trote junto a la carreta del mercader. —Ya lo verás.
Tras el arco de madera esperaban un par de guardias armados con lanzas y escudos: Los centinelas, la unidad de infantería de Cepir. No eran muchos de ellos y algunos como Fazrur aún estaban pasando por la fase de entrenamiento. La mayoría de los chicos preferían convertirse en cazadores así que la guarnición no había aumentado mucho en números últimamente.
—¡Alto! —indicó una de los guardias con la palma hacia el frente —. Procederemos a registrar la carreta.
—Vamos, Asari, somos nosotros —protestó Aiacos frenando el bayo.
—Reglas son reglas, cazador —recalcó Asari retirándose el yelmo. Su cabeza lisa tenía uno que otro tatuaje nuevo que Aiacos no había visto.
Asari, la capitana de la guarnición de centinelas de Cepir. Siempre tan imponente. Debía de llevar unos treinta años ejerciendo dicha labor. El tatuaje verde oscuro que surcaba la mitad izquierda de su cara formando remolinos combinaba con su duro rostro.
Asari entrecerró los ojos verdosos. —¿Qué miras, Aiacos? Te recuerdo que no me van los hombres.
—Vaya que coincidencia. A mí tampoco —contratacó Aiacos. La verdad es que estaba casi tan musculosa como él.
Asari esbozó una breve sonrisa tintada de desprecio. Era claro que la tensión entre ellos no mejoraba ni con el tiempo.
—Hola, capitana. Podéis proceder —interrumpió Oosai luego de aclararse la garganta —. Igualmente, solo cargo un barril de cerveza y mi libro de cuentas.
Asari asintió y el otro guardia comenzó a registrar la carreta.
Aiacos puso los ojos en blanco.
—¿Cómo va la guarnición? —preguntó el mercader para aligerar la situación —. Me habías comentado que hace poco recibisteis a un grupo de reclutas.
—Así es. Eso fue hace dos meses —contestó Asari sin rodeos. Cruzó los brazos. —. Pero gracias a tu amiguito aquí presente, casi todos desistieron.
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El Dios de la Arboleda #premiosadam2024 / #PGP2024
Fantasía"Incluso cuando tú no estés, yo seguiré aquí. Los mantendré con vida dentro de mis recuerdos, para siempre". En lo más profundo de la arboleda, donde los dioses caminan entre mortales y la oscuridad oculta secretos insondables, los doce cazadores m...