Capítulo 9: ¿Por qué alguien querría ir al bosque oscuro? || Parte 1

2 2 0
                                    

Recordaba ese día a la perfección. Estaba sentado en su típico rincón de la posada, junto al resto de sus compañeros. El grupo entonces no era tan grande, sólo conformado por: Levanor, Oleg, Vailor, Galos y él.

Un Igro de apenas catorce años se acercó a ellos. Sus ropas estaban destrozadas y parecía que llevaba sin comer algo de tiempo. Los pómulos los tenía en los huesos y sus ojos grises estaban apagados.

—Hola —saludó Igro fatigado, pues tuvo que luchar contra la bulliciosa multitud para llegar hasta allí.

Los cazadores no le escucharon, estaban muy ocupados riendo a carcajadas. Igro aclaró su garganta para llamar su atención.

Vailor fue el primero en divisarlo y le ordenó a los demás que se callasen. —Hola, chico. ¿En qué puedo ayudarte? —Vailor siempre fue muy considerado con los demás. Aiacos pensaba que le hubiese gustado formar una familia.

—Lo siento anciano, pero vengo a hablar con él —señaló a Aiacos con el dedo índice cubierto de suciedad.

Oleg fue el primero en estallar en burlas hacia Vailor. —Diablos Vailor. Recuerda no enojar a ese enano —dirigió el abucheo a Igro —. ¿Qué edad tienes mocoso? Eres demasiado insolente.

Aiacos entornó los ojos. Había algo en sus esferas grises que llamaron su atención al instante. —Y bien, ¿qué quieres? Le diré a Elia que te ponga un jugo —estalló en risas junto a Galos y Oleg.

Igro le sostuvo la mirada y todos se callaron. Aiacos echó la cabeza hacia atrás. Lo estaba desafiando.

—Dicen que eres el mejor de todo Cepir y... —Aiacos pudo ver como el conflicto en su interior opacaba lo que parecía quedarle de dignidad —. Y quisiera que fueses mi maestro. ¡Enséñame a cazar!

Debió admitir en ese entonces que ya lo había convencido. Pero, primero necesitaba asegurarse de que estaba listo. No se lo iba a poner fácil. La arboleda era peligrosa y el mínimo descuido podría costarle la vida.

Aiacos arrugó la frente. —¿De qué hablas, chico? Ni en un millón de años tomaría un discípulo. Y de hacerlo no sería un enano enclenque como tú —mofó. Todos rompieron en risas excepto Vailor que lo miró con pena.

Igro apretó los puños. —¿Por qué no? Soy muy rápido —replicó. Sus ojos se pusieron vidriosos y abandonó todo su orgullo —. Por favor, enséñame. No tengo nada de dinero y debo alimentar a mi hermano pequeño. Apenas tiene seis años.

Se puso serio. —Eres el hijo de Grisha, ¿verdad? —intuyó Aiacos. Su madre era una buena amiga de Elia. Tanto ella como su esposo murieron durante la fiebre que azotó la aldea unos meses atrás —. Lamento lo que les sucedió a tus padres, pero no hay nada que pueda hacer por ti.

Las lágrimas comenzaron a caer por el rostro del chico y las limpió al instante. Pero no se detenían. Abochornado, corrió hacia la salida. Chocó con todo aquel que estaba a su paso. Oleg y los demás rieron.

—Creo que te pasaste un poco, Aiacos —regañó Vailor.

Ya lo sabía. No pensó que lo fuese a volver a ver después de eso. En ese entonces no tenía ni idea de que tan fuerte era su espíritu.

Pasaron tres días y noches enteras durante la próxima cacería. Junto a su grupo se habían dirigido al sur de la aldea. Planeaban cazar un jabalí rojo gigantesco que desde hacía algunos meses seguían de cerca.

—Tshh. No hagan ruido —ordenó Aiacos con la palma de la mano orientada al suelo —. Está justo en frente.

Oleg y los demás se replegaron tras los arbustos. —No puedo creer que al fin lo tengamos tan cerca.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora