Capítulo 7: ¿Su madre? || Parte 1

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La plaza donde convergían las tres calles principales de Cepir, también era el centro del comercio de la aldea. Desde la entrada este donde comenzaba el mercadillo hasta allí, se vendían todo tipo de productos, tanto para locales como para extranjeros. Habían puestos de comida, armerías, joyerías, sastrerías e incluso vendían monturas para caballos. Podías encontrar cualquier cosa allí.

Cepir era muy bien conocida por sus cazadores, pero, sobre todo, por sus productos "exóticos". Partes de animales y criaturas jamás vistas que habitaban la arboleda adornaban muchos de los puestos del mercadillo, con el objetivo de atraer a los ojos más curiosos.

—Un cazador de la aldea le cortó este diente a una gigantesca araña teje-susurros —explicaba un vendedor a un grupo de extranjeros frente a su puesto de artículos raros. Pobres, estaban totalmente hechizados mientras observaban lo que parecía el diente de un jabalí rojo.

Sí que había vendedores honestos y ofrecían lo mejor de la arboleda, pero había otros que usaban la fama de Cepir para vender cualquier cosa al mejor precio. Igro solía llamarles: "Los vendedores de humo".

Mana dejó escapar una amarga carcajada mientras se cubría la boca.

Los aventureros de otras regiones de la isla iban a Cepir para adentrarse en la arboleda y hacerse con la cabeza de alguna criatura exótica de la que pudiesen alardear. Era en el mercadillo donde compraban todo lo que necesitaban para sus cacerías, y "El Sueño del Cazador", donde se hospedaban.

La temporada de aventureros recién había terminado y ahora que se acercaba el invierno, muy pocos se podían ver. A nadie le gustaba cazar en el bosque oscuro bajo nieve o lluvia. Pero siempre había algún que otro temerario.

—Anciano, ¿dónde puedo encontrar una posada? —preguntó un joven definitivamente extranjero al vendedor del puesto de ungüentos.

Era demasiado joven para ir al bosque oscuro. *Ese cuarto no estará ocupado por mucho tiempo*. Pensó con crueldad. Dado que la suya era la única posada de toda la aldea, allí es a donde el vendedor lo dirigiría.

La posada en estas fechas no solía tener muchos inquilinos, la mayoría solo estaban de paso. En ese momento solo habían ocupadas dos habitaciones. Bueno. Tres. Rilas aún no despertaba.

No había mucho movimiento. El mercadillo ya estaba cerrando mientras ella salía de la plaza por la calle norte. Los puestos guardaban sus mercancías y tiraban cubiertas de tela por delante de los sencillos estantes de madera roja.

Había intentado convencer a Igro de que fuese a comer con ellos, pero este se negó. Llevaba caminando, levantando polvo con desánimo desde entonces. Suspiró.

Igro se estaba hundiendo a toda prisa en un pozo de brea cargada de rabia. Por más que intentaba sacarle de allí, no era capaz. Se le partía el corazón en dos de verle en ese estado, pues siempre había sido muy amable y sereno. Tenía la seguridad de que debajo de todo ese dolor aún estaba el niño del que se enamoró.

Su corazón que antes se aceleraba con esos férreos ojos grises, estaba encogido de la angustia.

Sacudió la cabeza. No podía rendirse con él.

Su reflexión fue cortada por un golpe abrupto. Había chocado con alguien que recién doblaba por el callejón a su derecha y cayó de bruces sentada en el suelo.

—¡Mana! —alarmó Levanor y le tendió una mano para ayudarla a ponerse en pie —. Lo siento mucho, ni siquiera te vi.

Mana aceptó con gusto su ayuda mientras se levantaba.

Divisó por encima del hombro de Levanor como otra persona encapuchada salía del callejón y se iba en dirección opuesta. Frunció el ceño y estiró un poco el cuello para verle mejor.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora