Capítulo 10: ¿Cómo matar a una teje-susurros? || Parte 3

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—Ten cuidado, jefe —dijo Galos desde el interior de la grieta.

Aiacos se devolvió hacia la araña negra. Esquivó el primer ataque de una de sus patas rodando hacia el adelante. Se detuvo bajo ella para clavar su espada donde se conectaba el abdomen con el tórax, pero otra de sus patas se lo impidió. Tuvo que rodar nuevamente para evitar el mortal asalto. Sus afiladas patas lo atravesarían como si nada. Por lo menos ahora estaba fuera de ese rincón sin escapatoria.

Levantó la guardia de nuevo. La araña giró hacia él.

—Valiente humano. No me gustan las visitas imprevistas —siseó el arácnido.

Ese bicho había hablado. Aiacos no tuvo tiempo de sorprenderse, el siguiente ataque destrozó la roca justo donde había estado antes de esquivar hacia un lado. Corrió para ir al centro de la cámara. La teje-susurros le siguió.

—Esperen, pequeñas mías —volvió a hablar.

Un sinnúmero de arañas comenzó a salir de las grietas. Las había de todos los tamaños. Pero por el de la que estaba frente a él, sabía que era la madre. Y de entre todos los tipos de arácnidos que existen, Galos tenía que estar en un nido de teje-susurros.

Las arañas más mortíferas de Yunan. Sus patas terminaban en afilados aguijones y sus enormes mandíbulas derramaban sobre el suelo un líquido verde. Veneno. La bestia pasó sus patas delanteras entre sus colmillos, embarrándolos de la sustancia. Bicho astuto. Si lo rozaba siquiera con una de ellas podía abandonar toda esperanza. Por las marcas azules sobre su abdomen, similares a tres arañazos conocía exactamente su efecto. No lo mataría, pero paralizaría su cuerpo para siempre. De nuevo, era la primera vez que veía una tan grande. Ni siquiera en Astor, su hogar natal, había visto alguna así.

Tragó saliva.

La araña carcajeó. —¿Asustado? Me pregunto que saldrá de tu boca cuando te deje incapacitado. Qué secretos me contarás —saboreó.

Aiacos arrugó la nariz mientras se preparaba para recibir la embestida. —No te contaré nada, alimaña—. Llevó un codo atrás y apuntó su espada adelante. Sus ojos se quedaron vacíos. —. Prepárate. Porque voy a devorarte.

—¡Arrogante!

La teje-susurros lanzó una serie de ataques con ambas patas. Aiacos los esquivaba todos en el momento justo, sin hacer movimientos innecesarios. Apenas dejaba un pequeño margen de diferencia entre sus patas y él. Si se movía demasiado podía cerrar sus rutas de escape. En el próximo envite cortó una pata justo por encima del aguijón. La bestia liberó un alarido de dolor.

—¡Maldito!

Aiacos levantó la guardia de nuevo. Una sonrisa de oreja a oreja le iluminaba el rostro. Cómo extrañaba la sensación.

La araña intentó con la otra y el resultado fue el mismo. Aiacos se había agachado junto a los aguijones cuando la criatura se alejó un poco trastabillando hacia atrás. Se dio la vuelta y disparó un chorro de seda. Las más pequeñas se estaban impacientando, pero no se acercaban.

Aiacos se echó a un lado para esquivar.

Continuó corriendo alrededor de ella para evitar la ráfaga de disparos que le caía encima. Dio un salto en el momento justo antes de que el último le alcanzara. Rompió su dirección llendo recto hacia ella. Acortó la distancia en un instante y clavó la espada justo en la hilera principal, en el centro de la parte trasera de su abdomen. El animal se retorció y cayó sobre sus rodillas.

Aiacos intentó retirar la hoja, pero estaba atascada. —No de nuevo —masculló entre dientes. De las dos hileras más pequeñas a ambos lados de la principal salieron expulsadas dos esferas de seda que mandaron a Aiacos volando contra la pared al otro lado de la cámara. Su respiración se cortó del impacto y tomó una amplia bocanada de aire —Anotado. No volver a meterla en lugares raros —dijo entre quejidos.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora