Capítulo 11: ¿Duele a puñalada o a flechazo? || Parte 2

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Sus ojos se movieron bajo los párpados. Estaba sumamente cómoda. Si no hubiese sido por el ruido constante de los arbustos sacudiéndose no se habría despertado. Abrió los ojos con lentitud. No podía ver nada. Si hubiese pasado algo Igro la habría despertado, pero su amigo estaba más silencioso que una tumba. Volvió a cerrarlos.

—¿Todo bien? —dijo somnolienta.

No obtuvo respuesta. No le dio importancia, quizás se había quedado dormido. O no. Quizás una criatura lo asesinó. Abrió los ojos alarmada. Se incorporó de un tirón. Su cabeza protestó y tuvo que cerrar los ojos de nuevo ante el mareo que la atacó.

Se frotó el puente de la nariz con los dedos. Volvió a ver. Enfocó en el tronco donde debería estar Igro. El tronco estaba, pero él no. Sintió como el corazón se le salía por la boca. Se le revolvió el estómago al instante con una conocida sensación.

—No, no. ¡Igro! —llamó a voces. Se arrepintió al momento. Cubrió su boca con ambas manos como si eso fuese a ayudar después de haber alertado a todo el bosque —. Esto no puede estar pasando.

Algo tuvo que haberle sucedido. No pudo simplemente haberla abandonado. El pavor recorrió todo su cuerpo como una infección, llegó hasta su cerebro y le dio la más horrible de las posibilidades. —No, dioses. Qué no le haya pasado nada malo —dijo aun cubriendo su boca. Giró la cabeza al sentir movimiento en los arbustos a su derecha. Su cuello protestó.

Algo los movía. Y luego al frente. Y a la izquierda. Era el viento. Sí, eso era. De nuevo frente a ella. Tragó saliva. *Mierda*. Se puso en pie. Extendió la mano hacia detrás para agarrar la espada que reposaba en el tronco. La desenfundó y con todas sus fuerzas intentaba que sus manos no temblasen mientras protegía su guardia delantera con ella.

Algo la estaba asechando. Todo en ella le pedía que corriese en cualquier dirección, lejos de allí. Pero no podía irse sin más. Tenía que saber que le ocurrió a Igro. Si estaba herido necesitaría su ayuda. No podía dejarlo.

Una tétrica risa caló sus huesos. Sus brazos se quedaron tan rígidos que la espada dejó de sacudirse.

—¿Qué hace una preciosidad como tú en un lugar como este? —su voz era tan escalofriante que Mana sintió como su alma le decía adiós a su cuerpo.

Se quedó pálida. Una alta figura había aparecido en la oscuridad. Mordió su labio inferior para recordar que seguía con vida. El sabor metálico inundó su paladar.

¡Oh! —exclamó sorprendido el ser —. No me gusta para nada esa expresión —salió por completo, dejándole ver su espeluznante apariencia.

Los ojos de Mana se abrieron casi hasta salirse de sus órbitas mientras el monstruo se acercaba a ella. Llevó la vista arriba. Vacío. No tenía rostro, solo había piel. Tenía que medir casi el doble que ella porque a penas y le llegaba al vientre.

Mover la espada. Defenderse. Sabía que debía hacer. Pero su cuerpo no respondía.

—Esa me gusta más —la piel de su cara comenzó a desgarrarse dejando ver su afilada dentadura. La saliva chorreaba mientras su lengua negra intentaba detenerla. Su boca se abrió más allá de sus límites casi partiendo su cabeza a la mitad —. No te preocupes, dejaré ese lindo rostro intacto.

La criatura se acercó peligrosamente. Entonces, eso era todo. Mana aceptó que moriría entre sufrimientos. Aunque quisiese correr, sus piernas no respondían. La espada se mantenía inmóvil. Estaba acabada. Cerró los ojos para impedir que las lágrimas saliesen. No le iba a dar el gusto de verla llorar. No. No le iba a dar el gusto de matarla tan fácilmente.

Abrió los ojos de golpe. Liberó un último grito ensordecedor como si quisiese que su cuerpo escuchase sus súplicas. *Muévete. Muévete. Muévete*.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora