Capítulo 2: ¿Quién camina en el bosque oscuro sin hacer ruido? || Parte 1

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Ya llevaban más de cinco horas sin parar. Era lo normal, durante la mañana era cuando había más trabajo en la posada, pues muchos aldeanos iban a desayunar allí.

Mana y Elia estaban acostumbradas a encargarse de todo ellas solas. Aiacos aún seguía dormido, había llegado tarde la noche anterior y Elia prefirió dejarle descansar. Aunque no es que fuese a ser de mucha ayuda tampoco. 

Mana se movía de un lado a otro ágilmente llevando todos los platos y bebidas mientras Elia los preparaba detrás de la barra. Se cambiaban de lugar de vez en cuando para descansar los pies de tanto caminar a marchas forzadas por todo el salón de más de veinte mesas, incluso las largas estaban ocupadas. 

—Madre, lo de Igro —pidió Mana. No hacía falta dar más detalles, su madre conocía muy bien los gustos particulares de muchos de sus clientes más habituales. 

—Enseguida. —Elia miró debajo de la barra para ver el par de barriles que tenía colocados justo a sus pies, los agarró para ver si alguno aún tenía. Probó con el primero y nada, el segundo igual.

Agarró ambos para llevárselos a la trastienda, pasando la cortina de tela que cubría el paso de la barra hacia la cocina. 

Mana esperaba con las manos sobre la barra. No podría decir que estaba del todo agotada, pero sin duda de vez en cuando no les vendría mal una mano extra. 

Elia no tardó en regresar con un nuevo barril. Lo colocó donde antes estaban los vacíos y agarró uno de los grifos metálicos que había encima de la barra baja donde tenía todo lo necesario. 

—¿Papá irá a la arboleda hoy también? —preguntó Mana mientras Elia cambiaba el tapón del barril por el grifo y rápidamente llenaba una jarra con su contenido. 

—Así es —afirmó sencillamente Elia mientras colocaba la jarra sobre la barra. 

Mana la agarró. *Es un tonto*. Pensó a la vez que sus dedos se clavaban en el recipiente de madera. 

—Mana —inquirió Elia ladeando la cabeza al suponer lo que pensaba.

Mana suspiró y se marchó, sin más remedio. 

No tenía caso darle más vueltas, una vez se le metía algo entre ceja y ceja a su padre, no paraba hasta lograrlo. Le encantaría que ocupase esa misma determinación en otras cosas, y no en la cacería. 

Mana se movió hacia una de las mesas largas, a la derecha de la barra. Un par de aldeanos pasaron a su lado y ella les despidió con una sonrisa. 

—No olviden... 

—Dejar propina —finalizaron ambos al mismo tiempo divertidos mientras se dirigían a la barra para pagarle a Elia. 

Mana sonrió y asintió varias veces mirándolos por encima del hombro. Se detuvo en seco cuando chocó con algo, o alguien. Apretó los ojos y le dedicó una oración a todos los dioses que conocía. Cómo le hubiesen hecho derramar una sola gota de la bebida, les iba a faltar arboleda para correr. 

Devolvió la mirada al frente, primero a la jarra en su mano izquierda. Estaba bien, se salvó. Luego la alzó hacia arriba, era enorme. Un hombre sin un solo pelo en su cabeza y una cicatriz que surcaba todo su rostro en diagonal desde la ceja derecha hasta la mandíbula pasando por la nariz. Se veía muy peligroso, y desconocido. No le sonaba de nada, de seguro era algún aventurero. 

—Mira por dónde vas niñata —le dijo el hombre, claramente ofendido. 

Mana frunció el ceño y alzó la barbilla. —Deberías mirar tú por donde vas, anciano —replicó haciendo especial énfasis en su última palabra. 

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora