Capítulo 16: ¿Quién es el cazador más talentoso de Cepir? || Parte 1

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No sabía si era porque se había levantado con buen pie esa mañana, pero estaba radiante. Se había despertado incluso antes de lo normal. Ya se había arreglado para bajar y abrir la posada.

Se dio un profundo vistazo en el espejo sobre el tocador de su habitación. Se había recogido su cabello dorado en una única trenza que caía a partir de la nuca. Usó el truco de untarse salvia de sagremo para que sus labios pareciesen más voluptuosos.

Se pasó casi una hora triturando el tallo de la planta de flores azules con un mortero. Le dolían las muñecas, pero valió la pena. No podía dejar de mirarse en el espejo. Limpió un poco que sobresalía.

Tuvo que abanicarse la boca con ambas manos, pues como bien le habían advertido la pasta transparente que se conseguía del sagremo escocía un poco al principio. ¿Escocía? Sentía los labios en carne viva.

¿Qué diablos estaba haciendo? Jamás se había comportado de esa manera. Normalmente no les daba importancia a cosas tan triviales. Poco le preocupaba su apariencia, aunque quizás era porque estaba acostumbrada a escuchar a los demás apreciar su belleza.

Se irguió. ¿Las deidades entenderían la belleza humana? Al único que conocía era muy diferente a ella. Quizás no le gustaban esas cosas. Su corazón comenzó a latir nuevamente a un ritmo preocupante. Ya le había costado apaciguarlo unos instantes atrás cuando no dejaba de repetirse que iba a verle ese día. Se llevó una mano al pecho como si fuese capaz de estrujar el órgano para obligarlo a detenerse. Era en vano.

—¿Qué diablos estás haciendo, Mana? —le habló a su reflejo y, como si este respondiese a su pregunta, la imagen del bendito dios embistió desde sus recuerdos. Chasqueó la lengua.

Se puso de pie y salió de la habitación. Iba a usar la hora del desayuno para distraerse todo lo posible porque si no se iba a volver loca. No podía pensar en otra cosa que no fuese el encuentro que tenía previsto en la tarde.

Caminó por el pasillo en el segundo piso dónde estaban los cuartos de huéspedes. Todos vacíos.

Su madre le había contado que el chico extranjero que se estuvo quedando allí, por fin cumplió su cometido. Mana no pudo creerlo al principio. Pensó que él había sido muy imprudente adentrándose en el bosque oscuro, sobre todo, después de conocer a algunos de los engendros que allí se esconden. Sinceramente no creyó que sobreviviese tanto tiempo, pero no solo lo hizo, sino que logró lo que prometió.

—Así que por amor —murmuró pasando por la antigua habitación del joven.

Llegó al final de la barandilla y dónde bajaban los escalones hasta el primer piso. La habitación de sus padres justo en frente.

No les había contado aún nada acerca de la criatura. No sabía realmente que pensar al respecto. Sus padres eran bastante comprensivos y de seguro habrían entendido sus motivos. El problema era que ni ella conocía cuáles eran estos. ¿Qué les iba a decir?

*¿Saben qué? Tengo una cita con la criatura que masacró a la mitad de vuestros amigos de toda la vida*. Pensó con una ácida ironía. Y, ¿cuál era la razón? Su estúpido corazón que no paraba de latir como descabellado y quería descubrir de qué se trataba. Se sintió mal incluso porque el sólo pensar que tenía una "cita" con él hacía algo revolverse en su estómago.

En resumen, no era momento de contarles nada. Cuando lo tuviese más claro lo iba a hacer. Ellos lo iban a entender; su madre pasó la mitad de su vida apoyando las ilógicas cacerías de su padre. Y este, bueno, por el mismo motivo tampoco tenía nada que reprocharle. Así que estaba en paz consigo misma.

Bajó los escalones casi sin saber lo que hacía. El torrente de preguntas que empañaba su juicio la tenía anonadada. Para cuando llegó al último escalón no sabía en qué momento había llegado allí. Por suerte, sus padres la ayudaron a romper el trance.

El Dios de la Arboleda                           #premiosadam2024 / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora